martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. V) - Novela


Cap. V. 30 de mayo de 1975.

          Margarita reapareció en mi vida tan súbitamente como había desaparecido. Por la mañana, llamó a mi casa para preguntar si podía reunirse conmigo en un bar al cual acostumbrábamos ir y que estaba frente a la Facultad de Filosofía, porque tenía algo muy importante que decirme. No mencionó siquiera nuestros desencuentros de varios e interminables días. Tampoco habló de mi silencio de una semana, pues yo había aceptado y cumplido la sugerencia de Beatriz. Cuando entré en el bar, hacia las seis y media de la tarde, estaba esperándome. Saludó sacudiendo en alto su mano y corrió hacia mí. Me abrazó y besó en la boca delante de todos quienes estaban allí (algo que nunca había hecho antes porque creo que temía mostrarse afectuosa en público), tomó mi mano y pidió que la acompañara hasta un salón del primer piso de la Facultad, donde se iba a realizar la presentación de Monseñor Jean Ives Wissenglaube, un teólogo francés con apellido alemán más que significativo, por no decir casi predestinado. Wissenglaube había venido hacía poco tiempo, proveniente de una universidad francesa, contratado por la Universidad de Buenos Aires para dictar un seminario sobre un tema de su especialidad. El curso estaba dirigido, tanto a los profesores, cuanto a los alumnos de los cursos más avanzados de varias carreras humanísticas y no humanísticas.
          Cuando entramos en el aula elegida para la reunión, solo había una treintena personas aguardando la llegada del sacerdote. Nos sumamos a ellas y, luego de hacernos esperar unos pocos minutos, aquel se presentó. Lo acompañaba el Decano José Luis Sánchez, quien nos lo describió como "uno de los más grandes e importantes intérpretes de todo mundo de las Escrituras en la actualidad" (nuestros docentes, aún cuando fueran católicos, se sentían obligados a prescindir de la palabra "Sagradas" al hacer esa definición). Se le pidió que hablara y el Monseñor, en un español perfecto, hizo una somera descripción de los temas que pensaba desarrollar durante los próximos cuatro meses. El doctor Sánchez cerró la reunión reiterando los antecedentes de "la brillante personalidad que nos visita" y solicitó nuestro apoyo y respeto hacia ella. Luego de que ambos se retiraran, los futuros ayudantes o acólitos del teólogo, todos ellos ligados a las cátedras de Filosofía de las Religiones y Filosofía de las Ciencias, se dedicaron a inscribir a quienes aspiraban iniciarse en las enseñanzas propias de la sabiduría de Wissenglaube. Margarita se contaba entre los interesados y quería que me sumara al grupo. Me lo pidió con tanto entusiasmo y alegría que no pude menos que aceptar, sin sospechar que, con eso, ingresaría en una temática y un ámbito que, por mucho tiempo, habrían de condicionar mi pensamiento y, hasta cierto punto, mi conducta.
          Después de inscribirnos y como no teníamos nada que hacer en esos momentos, ella insinuó la llevara a caminar, antes de irse a cenar con su familia. Le dije que tomáramos la noche para nosotros y aceptó con la sola condición de no hablar de la semana cuando había desaparecido de mi vida.
          - Quiero que comprendas que yo lo sentía así, que necesitaba hacerlo - fue su único comentario.
          - Quiero que comprendas - contesté empleando su misma frase - que yo también existo y que no puedo seguir viviendo de esta manera, que necesito saber qué es lo que te pasa. No se trata de que te tomes o no un tiempo en soledad, ni que quiera controlarte, sino solamente que tengo que saber cuando vas a hacerlo, porque me siento rechazado si te niegas a atenderme.
          - Es que ni yo lo sabía. Fue algo que me ocurrió de repente... Algo que se me impuso más allá de mi voluntad y que trataré que no vuelva a pasarnos, ya que tanto te molesta - dijo en un tono tan humilde que me sorprendió.
          - Está bien. - acepté resignado - No se hable más del asunto y tratemos de vivir cada uno de modo que el otro se sienta lo mejor posible.
          Cuando salimos de la Facultad, había oscurecido casi por completo. Caminamos sin un rumbo definido, tomados de la mano y con su cabeza contra mi hombro, tal como ella acostumbraba a hacer en nuestros buenos momentos. Cenamos en un pequeño restorán ubicado a mitad de camino hacia nuestro nuevo destino, luego de lo cual nos encaminamos hacia mi departamento, al cual llegamos cerca de la medianoche. Margarita se sentó sobre una alfombra, mientras yo preparaba café. Todo cuanto hacíamos era extrañamente pausado, como si tuviéramos a nuestra disposición el tiempo del mundo, como si ese tiempo se hubiera detenido para contemplar como nos amábamos o, más precisamente, como ella se dejaba amar sin rechazos. Conversamos de temas que me parecieron corrientes y, cuando decidió que era el momento de ir a la cama, me sorprendió y hasta emocionó el gesto de timidez con el que comenzó a desnudarse. La situación se asemejaba mucho a la primera vez cuando la viera hacerlo y hasta creí que ella lo vivía como si así lo fuera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario