martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. VI) - Novela


Cap. VI. 8 de junio de 1975

          Monseñor Wissenglaube empezó a dictar su seminario, al cual llamó "Análisis de la tentación y caída del hombre", dentro de cuyo temario figuraba, obviamente, la tarea llevada adelante por el Satanás y sus seguidores. No se trataba de un tema calificable como moderno, sino más bien todo lo contrario, dadas las modas de pensamiento por entonces vigentes. Sin embargo, al menos a mi criterio, resultaba bastante adecuado para los tiempos que corrían, cuando algunos grupos ultra religiosos presionaban sobre distintos sectores de gobierno y un sujeto a quien apodaban "el brujo" cubría buena parte del escenario político. Por otra parte, si los asistentes esperábamos tediosas lecturas de la Biblia, nos equivocamos por completo. El teólogo nos sorprendió, pues no inició sus disertaciones directamente con ese tema ni con otro de similar origen, sino que lo hizo con la respuesta que diera Edipo a la Esfinge en el camino a Tebas, respuesta que, según la interpretación del académico, fue el punto de partida conceptual para todas las desgracias y caídas de la especie humana, las cuales, como es sabido y aceptado en casi todas las esferas religiosas, se tornaron aún más genéricas con el advenimiento del individualismo.
          - Cuando Edipo - sostuvo mientras sonreía - resolvió el enigma acerca de cuál era el animal que comenzaba su marcha por la vida sobre cuatro miembros, luego la hacía en dos y, finalmente, en tres y que su fortaleza estaba en relación inversa con el número de esos miembros, respondiendo "el hombre", se produjo la primera de las caídas para la Humanidad, pues se destruyó la simbiosis (representada en la Esfinge, mezcla de mujer, ave, león y serpiente) entre el ser humano y la "Phisys", la naturaleza. De esta manera, el hombre, no solo perdía su estado de equilibrio y felicidad, cobrando consciencia de la muerte como algo estrictamente personal, sino que también se internaba por un camino, el del individualismo, que lo separaría, cada vez más, tanto de su ámbito originario, cuanto de los Dioses y de los otros hombres.
          Después de responder rápidamente algunas preguntas (un tanto superficiales a mi juicio, dada la finalidad del curso) acerca del significado psicoanalítico, y por lo tanto sexual, de ese mito, prosiguió hablando de las teogonías griegas y solo se detuvo cuando yo mencioné las afirmaciones de los místicos alemanes de fines del siglo XVI y comienzos del XVII, para quienes la primera creación de Dios era el Diablo. Me miró con atención y movió su cabeza en un gesto que interpreté como de aliento para que continuara hablando y lo hice.
          - Para un ser absoluto; - dije - es decir, un ser solo y completo en sí mismo, cualquiera sea el ente al cual Él otorgue realidad, hará que ya no esté solo, que tenga quien lo limite y ese ente creado, es decir, su misma creación, terminará por enfrentarlo, por des-absolutizarlo.
          Wissenglaube mantuvo su mirada, sin hacer comentario alguno.
          - Con esto, - agregué - la caída implícita en la respuesta de Edipo estaba precondicionada.
          - ¿Se refiere usted a las afirmaciones de Jacob Böhme?, - inquirió por fin bastante interesado.
          - Precisamente a él. - contesté, mientras aguardaba su respuesta, porque sabía que la postura de ese místico alemán generalmente descoloca a los teólogos cristianos.
          - Para responder a la cuestión que creemos insinúa su intervención, necesitaríamos bastante más tiempo del que se nos ha otorgado para dictar un seminario que cubre temáticas más amplias pero quizás no tan profundas - señaló a modo de primera respuesta, ya que después de un silencio completo, porque al suyo se sumó el del resto de los presentes, preguntó:
          - ¿Es usted teólogo o, al menos, estudiante avanzado de teología?
          Respondí que no con un movimiento de mi cabeza y su comentario fue:
          - Lo lamentamos, porque parece tener usted la madera necesaria.
          Noté que, cada vez que contestaba algún interrogante en clase, utilizaba la primera persona del plural. Después, comprobaría que tal manera de hablar la empleaba estuviera o no dictando cátedra. Al concluir su explicación, se dirigió al resto de sus recientes discípulos, para preguntarles si consideraban necesario abordar "la importante cuestión meneada (para mi sorpresa, usó ese término) por nuestro joven participante" o si estimaban que sería mejor continuar con el programa inicial. Los asistentes, salvo Margarita, Carlos y otra persona cuyo nombre he olvidado, pidieron casi a coro retomar el "tema central, sin perder el tiempo" y Wissenglaube, mirándome con una sonrisa mefistofélica, dijo:
          - Le pedimos que nos disculpe joven amigo, pero tenemos que respetar las decisiones de la mayoría, aún cuando no las compartamos o pensemos que priorizan cuestiones formales y burocráticas frente a temas más profundos.
          Quedé mirándolo asombrado porque sus palabras reflejaban, de un modo por completo exacto, algo que yo estaba pensando en ese momento. El continuó:
          - Sin embargo, no dude usted que yo seré su muy seguro servidor (por primera y única vez en todo el tiempo cuando nos tratamos, usó la primera persona del singular), si usted desea proseguir el análisis de estas cuestiones de manera particular, en privado.
          No contesté y el teólogo retomó su discurso. Habló de los griegos y su proximidad, no solo espiritual, sino también "carnal y hasta geográfica", con sus dioses y repitió la conocida frase "porque los hombres eran más divinos, los dioses eran más humanos", con retruécano incluido, que atribuyó a Walter Otto, frase que pasó a explicar más detenidamente, sin perder su sonrisa.
          - Como ustedes bien saben, las manifestaciones del hombre en el mundo y las del mundo en el hombre, porque la realidad humana es dicho intercambio, tienen un lenguaje propio para cada época. Los griegos se sentían y se comportaban como creadores de la realidad donde vivían. Nosotros pensamos que habría que buscar en esa circunstancia la cercanía y afinidad que tenían con sus dioses, así como también algo de sus primeras manifestaciones de descreimiento.
          Aguardó unos instantes para ver el efecto de sus palabras en sus oyentes pero no hubo preguntas, observaciones o respuestas de ninguna clase. Por fin y al parecer satisfecho con lo que sucedía, prosiguió:
          - Cuando un ciudadano griego de hasta el período ático-jónico, allá por el siglo V antes de Cristo, hablaba de algo por él realizado en el pasado, no lo hacía de la misma manera como lo hacemos nosotros en la actualidad. No decía, por ejemplo, he educado este niño o he construido este templo, como si la acción desplegada en ese pasado quedara también pretérita, se materializara y se despegara de su hacedor, de modo tal que éste también podía desentenderse de ella. No. No hacía nada de eso, sino que decía "tengo hoy, en este niño, el resultado de mi trabajo de haberlo educado en el ayer".
          Carlos interrumpió para hacer algunas observaciones acerca de ciertos participios pasados de los verbos de la lengua alemana, pero Wissenglaube, luego de asentir con un movimiento de cabeza, continuó su discurso sin apartarse del camino tomado.
          - En otras palabras, los griegos vivían en un tiempo que era siempre histórico, es decir, humano y, en ese tiempo humano, forjaban una realidad también humana. Esa es la razón de porqué no tenían otro remedio ni otra salida que sentirse responsables por todo cuanto realizaban, tal como nuestro Señor se sintió responsable, y hasta en cierta oportunidad arrepentido, por el mundo que Él había creado. Los griegos, además, deben ser el único pueblo que, dentro de la historia de Occidente, efectivizó una ética, que fue capaz de concretar un "nosotros", en todo cuanto este concepto implica.
          Volvió a detenerse como lo haría un actor dramático para ver los efectos que sus palabras producían en el auditorio y pareció decepcionado por los rostros que veía. Su cara se iluminó cuando oyó hablar a Margarita.
          - Y después llegaron los teólogos - había dicho ella.
          - Mucho nos gustaría comprender a fondo, señorita, - observó Wissenglaube muy interesado - hacia donde apunta su comentario.
          - Lo dije - respondió Margarita - porque pienso que todas las interpretaciones y las explicaciones que contienen o generan, no importa a cuales temas estén referidas, siempre terminan por arruinarlo todo.
          El profesor volvió a sonreír, pero esta vez lo hizo con un gesto irónico de decepción. Le preguntó si pensaba que aún era posible la unidad de los hombres con las cosas y, como ella respondiera que "para eso, están los sentidos", Wissenglaube acotó:
          - Los griegos hablaban más de pensar y obrar que de sentir. Por lo menos, es así como creemos que se debe interpretar todo cuanto hasta aquí hemos expresado.
          - Interpretar... Aceptemos que se puede interpretar aquello que está fuera de uno. Como sus palabras, el texto de un libro o aún a otra persona, sea esta persona cercana o no. Pero lo interior, lo íntimo, lo propio, únicamente se puede sentir, - protestó ella, para callar inmediatamente cuando notó que yo la estaba mirando.
          Nuestro disertante nos observó alternativamente y, no pude comprender entonces porqué, abandonó el tema y retomó el hilo de su discurso para referirse, más detalladamente, a la relación "mucho más amistosa que la que tenemos ahora" que, según su perspectiva, los helenos mantenían con su mundo. Dio ejemplos filológicos, según los cuales los sustantivos más importantes del léxico propio de la filosofía griega eran participios pasados de verbos como ser, trabajar, producir o crear, añadiendo a eso que "por algo el Señor eligió la lengua griega para la versión definitiva de las Sagradas Escrituras". Terminó la clase con una disculpa "por desviarnos de lo estrictamente académico", y con la promesa de tratar de entrar "más en el tema propio del seminario durante la próxima reunión". En el momento cuando ya se retiraba, se dirigió a Margarita y a mí con la proposición de "encontrarnos en cualquier momento y en cualquier lugar, fuera de los tiempos del curso, para conversar con más detenimiento sobre algunas cuestiones que han quedado sin respuesta completa".
          - No nos gustaría que piensen - agregó en su acostumbrado plural, antes de desaparecer por completo - que estamos eludiendo los problemas, sobre todo los que nos plantean las personas que despiertan nuestro interés. Nunca ha sido esa nuestra costumbre.
          No bien se fue Wissenglaube, Margarita cambió su actitud y tornó a mostrarse sumamente afectuosa. Se colgó de mi brazo y apoyó su cabeza en mi hombro, mientras yo seguía pensando en las preguntas y comentarios que hizo durante la clase y me sentía angustiado por un presentimiento bastante difuso pero ligado con la discusión sobre los sentidos y la música que tuvimos el día de su cumpleaños. Supongo que lo notó, pues me pidió que no me preocupara, que sus preguntas nada tenían que ver con otros temas de "nuestra relación en pareja" y que las había hecho como un "complemento a mis comentarios sobre los místicos alemanes del siglo XVI". Como una forma de confirmar lo que esta diciendo, expuso sus deseos de leerlos para entender mejor el sentido de mis observaciones. Quiso saber si esa noche iríamos a mi casa y eso, como venía ocurriendo a menudo en los últimos tiempos, terminó con lo que quedaba de mi malhumor.

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