martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XII) - Novela


Cap. XII. Febrero de 1976

          La "opera prima" que había pergeñado salió ¡por fin! publicada. Las críticas que la editorial logró que se realizaran en los más importantes medios de comunicación fueron harto favorables. Hubo, asimismo, una muy buena acogida por parte de todo un público supuestamente especializado, lo cual se tradujo en una también muy buena venta. En poco más de dos semanas, la primera edición se agotó y se comenzó a preparar la segunda, ampliada con algunos nuevos puntos que me pidieron escribiera perentoriamente. Gané cierta popularidad en los medios intelectuales y esto tuvo dos efectos opuestos, ya que, por un lado, me ofrecieron asumir una cátedra en una universidad del interior, en el noroeste del país, mientras que, por otro, algunos sectores supuestamente políticos (los cuales se sintieron aludidos, no por haber leído y analizado en detalle el trabajo, sino porque sujetos de otros grupos antagónicos lo alabaron) me amenazaron de modo bastante difuso. Comenté con Margarita ambas circunstancias y su reacción me dejó perplejo. No manifestó preocupación alguna por mi seguridad respecto de las amenazas y, al referirse al ofrecimiento de tipo académico, sin dudarlo un instante, me pidió que aceptara. Mi cara debe haberse ensombrecido, porque ella trató inmediatamente de quitar importancia a sus comentarios, diciendo que una cátedra, en el lugar donde me la ofrecían, solo me obligaría a faltar de Buenos Aires dos o tres días por semana. En cuanto a las amenazas, estimó que no eran otra cosa que "meros alardes de algunos delirantes".
          - De todos modos, - agregó - queda a tu criterio aceptar o no ese nombramiento. Yo solo te doy mi opinión.
          Contesté que consultaría en la empresa donde estaba trabajando sobre las posibilidades de faltar tan reiteradamente antes de aceptar el nombramiento, porque la diferencia entre el sueldo que estaba percibiendo allí y el que ganaría como profesor era muy grande y yo no estaba en condiciones de prescindir de una parte de mis ingresos.
          - No creo que vayan a ponerte trabas. Te necesitan. - sostuvo - Además, no tienen derecho a cortar tu carrera académica y, si lo hacen, yo podría ayudarte para que no pases apuros de dinero. Ahora tengo más que suficiente.
          Mis prejuicios hicieron que la última parte de su comentario me resultara tanto o más molesta que sus referencias a mi alejamiento, a las cuales yo interpretaba como expresiones de un deseo inconsciente. No obstante, mantuve el más completo silencio y ella cambió de tema, para hablar del éxito de mi libro, en un intento de hacerme olvidar todo cuanto había dicho acerca de mi alejamiento de Buenos Aires. No tuvo éxito, pues, mientras se esforzaba por convencerme que solo había hablado de esa manera porque consideraba más que importante mi trabajo como catedrático, yo recordaba otra oportunidad cuando, después de una discusión, me había pedido que aceptara una beca de dos años en Alemania, porque, si yo estaba presente, cerca, "no se sentía plenamente ella misma".
          Como ya era costumbre entre nosotros, terminé dejando de lado mis preguntas para pedirle que viniera a mi casa. Aceptó inmediatamente, lo cual me dejó un sabor agridulce en la boca, porque su decisión seguía atada al capricho. Así, nuestras relaciones continuaban presas dentro de una ambigüedad total, admitida por mí de modo consciente e impuesta por ella como un juego cercano a la histeria, un poner a prueba mis sentimientos en cada oportunidad cuando lo estimaba necesario o, sencillamente, cuando se le ocurría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario