martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XIX) - Novela


Cap. XIX. Octubre de 1976.

          Después de casi cuatro meses de buscarlo sin ningún resultado, he terminado por aceptar que Diego ya no volverá a nosotros. Hasta Carlos parece resignado. Los padres de nuestro compañero, en cambio, no solo no admiten la posibilidad de su muerte, sino que también han intensificado sus gestiones para encontrarlo, al punto de hacernos temer por su seguridad y por la nuestra, dada la relación que iniciamos con ellos y que aún mantenemos. Los trámites que realiza la entidad defensora de los derechos humanos a la cual acudiera mi amigo no pueden superar la primera instancia de los juzgados, ya que los jueces a cargo rechazan los habeas corpus que presentan sus abogados o los destinan a algún cajón o archivo, donde quedan a la espera de que los tiempos cambien. Elevamos varias apelaciones a organismos internacionales, pero éstas implican largos períodos de espera, con resultados por lo general nulos, en lo que se refiere a sus consecuencias inmediatas respecto de los desaparecidos, pues el gobierno militar ignora todo cuanto plantean esos organismos. El doctor Wissenglaube, con quien mantuve varias reuniones para analizar la marcha de su seminario y para pedirle por enésima vez que hiciera gestiones ante sus conocidos dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica Argentina en favor de Diego, volvió a decirme que, a su criterio, éste fue asesinado por quienes lo secuestraron. Agregó que la mayoría de los dignatarios eclesiásticos a quienes pidió que se ocuparan del tema, o bien declinaron hacerlo sin dar explicaciones, o bien le recomendaron que se mantuviera fiel a su condición de extranjero, "dejando en manos de las autoridades locales las cuestiones civiles que son de estricta competencia del gobierno". Mi insistencia hizo que el teólogo me llamara la atención acerca del peligro al cual me estaba exponiendo.
          - Ustedes viven una situación política - dijo de modo extrañamente calmo - dentro de la cual es suficiente figurar en un directorio telefónico para transformarse en sospechoso. Tenga en cuenta que, para su gobierno, todo sospechoso es culpable. Deje que los muertos entierren a sus muertos y siga su camino en la vida, ya nada puede hacer.
          - No tengo ninguna seguridad - contesté - de que Diego esté muerto y, mientras no esté seguro de eso, no puedo enterrarlo. Yo aún no estoy muerto.
          Replicó que yo, íntimamente, estaba convencido de esa muerte y que, si persistía en mi búsqueda, era, tanto para aferrarme a una esperanza absurda, cuanto para acompañar a Carlos y a los padres de mi compañero de estudios. Cambió de inmediato de tema, para decirme que mi tarea dentro del seminario que él estaba dictando le había resultado más que satisfactoria y me ofreció su apoyo para asumir un cargo como docente en una universidad de España, donde tenía influencias y donde había hecho conocer mis publicaciones y antecedentes. Ese trabajo se desarrollaría a partir de mayo de 1977, con un contrato por un mínimo de dos años. Me llamó la atención ese ofrecimiento, no solo porque yo no tenía proyectado dejar mi país ni había mencionado siquiera la alternativa de emigrar, sino también porque nada me seducía menos que irme a un sitio donde no conocía a nadie, amén de tener que abandonar todos los afectos. Pensé, asimismo, que mis antecedentes académicos eran un tanto pobres como para justificar un contrato con una universidad extranjera, sobre todo europea.
          Tal como acontecía a menudo con Wissenglaube, antes que pudiera decirle lo que estaba pensando respecto de su insinuación de abandonar la Argentina y lo pobre que resultaban mis antecedentes profesionales, me respondió:
          - Allá conocen su libro y algunas de sus otras publicaciones y están impresionados con el nivel de su tarea. Además, en muy poco tiempo, usted ya no tendrá trabajo aquí y el círculo de sus relaciones personales se disolverá por una u otra razón. Nuestro consejo es que se radique en España, aún cuando solo sea por algunos años. En Europa, podremos ayudarlo y proseguir con nuestras relaciones.
          Quise saber si ese comentario implicaba que el teólogo proyectaba retornar de inmediato a su país y me respondió que permanecería en la Argentina alrededor de un año y medio más, no porque sintiera un deseo ferviente de hacerlo, sino porque había firmado un contrato por ese período de tiempo.
          - No olvide que nosotros siempre respetamos los contratos que firmamos... De todos modos, usted se irá antes - agregó con total seguridad.

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