martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XV) - Novela


Cap. XV. Comienzos de abril de 1976

          Pocos fueron los cambios que, en lo visible inmediato, registró la situación política  y social del país durante los primeros días de gestión del nuevo gobierno militar. Las personas siguieron desapareciendo, los asesinatos de dirigentes políticos, sindicales, culturales y estudiantiles continuaron casi sin variantes y la represión, declarada algo así como patrimonio o monopolio del Estado, permaneció en buena parte en manos de agentes anónimos. La Triple A. no pareció darse por aludida y tampoco fue investigada, sino que siguió su tarea, ahora bajo nuevos amos. La economía comenzó a recuperarse solo en los índices de la Bolsa de Comercio, porque los niveles de producción internos no se incrementaron.
          Como resultado del "orden" impuesto a los trabajadores, éstos cesaron sus reclamos por mejores salarios y dejaron de lado paros o huelgas y quites de colaboración a las empresas, aterrados por las continuas detenciones, desapariciones o asesinatos de muchos de sus delegados. La educación fue también reordenada, principalmente en el ámbito universitario, donde, al decir de los nuevos profesores e interventores "había que destruir focos de infección o nidos de víbora, donde se prohijaba la subversión marxista". En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde yo acababa de graduarme, nombraron Decano a un sacerdote, cuya mentalidad estaba todavía adecuándose al medioevo. Sus primeras decisiones implicaron destituciones, suspensiones y, en algunos casos, una "eliminación académica" de profesores. La Facultad de Filosofía, la cual, en la primera mitad de los años sesenta estaba considerada como una de las mejores del mundo, sufría así un segundo golpe, tan o más grave que el que le asestara otro gobierno militar en 1967, cuando se produjo la "noche de los bastones largos", que destruyó un trabajo académico de varias décadas.
          Mi nombramiento en una carrera de Humanidades de una Universidad del interior del país quedó en suspenso, si no definitivamente postergado. Hubo, no obstante, profesores que permanecieron en sus puestos. Entre ellos, estaba el doctor Jean Wissenglaube, quien pudo comenzar con un segundo seminario, complementario del que yo había cursado impulsado por Margarita. Esta vez, no fue ella quien urgió mi inscripción, sino el mismo teólogo, quien, en reiteración de la invitación verbal que nos hiciera en un restaurante de la Boca, me envió, esta vez personalizada, una tarjeta, en la cual me rogaba que me inscribiera y también me ofrecía un lugar en su equipo de ayudantes. Excepto mi trabajo habitual en la consultora, poco era lo que yo tenía que hacer con mi tiempo y acepté. Margarita se inscribió en el seminario y Carlos hizo lo propio. Las clases dictadas por el Doctor en Teología mantuvieron el estilo pedagógico que éste había impuesto en su primer seminario y también implicaron una continuación del mismo, en lo que a temática se refiere. La tarea que me asignó Wissenglaube no se diferenciaba mucho del papel que desempeñé como alumno en aquel primer seminario, a no ser por ciertos trabajos de naturaleza administrativa y unos honorarios ínfimos. Me pidió que fuera intercalando preguntas durante sus exposiciones. No fijó pauta alguna a ese respecto y dejó todo librado a mi criterio, como también hizo lo mismo cuando hubo que revisar proyectos de monografías presentados por los alumnos. El nuevo seminario, sin embargo, no superó el nivel del primero, sino que me pareció una reiteración del anterior, en lo que a su estructura conceptual se refiere, con personajes históricos o míticos diferentes a los ya mentados y, en consecuencia, con un desarrollo temático que aparecía como distinto pero que, en realidad, no lo era. El teólogo reiteraba un esquema que partía siempre de la ruptura del hombre con un entorno al cual alguna vez estuvo integrado y llamaba a eso caída. Esa caída adquiría distintas configuraciones según fuera la época cuando se producía y se había acentuado con el individualismo del presente, pero (y eso llegó a extrañarme, hasta que comprendí hacia donde apuntaba) nunca era absoluta.
          - La confesión de un pecado - dijo en cierta ocasión y ante una pregunta de un integrante del seinario cuyo nombre no recuerdo - conecta al sujeto creyente con su Dios; es decir, pone en relación un ser absoluto con un particular, razón por la cual es necesaria la presencia de una instancia mediadora, de un ritual realizado por un confesor.
          Carlos preguntó si, al fin de cuentas, dicha mediación no era operada por otro sujeto particularizado, con los riesgos que, para éste, conllevaba tener que relacionarse con un absoluto y Wissenglaube, después de mirarlo intrigado e insinuarle que sus preguntas reiteraban cuestiones que yo planteaba de manera constante, respondió, como era habitual en él, con otra pregunta:
          - ¿Creería usted que una confesión no tiene valor si quien la recibe es un sacerdote ordenado pero, como ocurre más a menudo de lo que se piensa y desea, también corrupto?
          - Eso es responder una pregunta con otra pregunta - observó Carlos.
          - No. No estamos respondiendo una pregunta con otra pregunta. Les estamos señalando una cuestión realmente importante en esta esfera: Que una confesión, si es totalmente sincera, va más allá de la particularidad del sujeto que la recibe. Eso supone que la mediación entre Dios y el sujeto que se confiesa trasciende la mera subjetividad del sacerdote y coloca a éste en una situación en la cual ya no es Juan, Pedro o Diego, sino solo un sacerdote, un representante de Dios en la tierra, alguien que está ejerciendo un sacerdocio y efectivizando un ritual común a todo un pueblo; es decir, algo propio de una religión y no de su subjetividad particular. El problema adicional que se nos presenta hoy es que los hombres han llegado a creer que todo tiene o debe tener una resolución práctica o, peor todavía, utilitaria.
          Intervine para señalar que "quien media une pero también separa" y Wissenglaube no contestó de manera inmediata, sino que, tras repetir aquella frase que usaba como muletilla para referirse a mí ("tiene usted madera de teólogo"), se dirigió al resto de la clase diciendo:
          - El tema de la mediación será la cuestión a debatir en nuestra próxima reunión.
          No respondió más preguntas. Pidió a los ayudantes de cátedra aguardáramos en el aula "una hora más para analizar la marcha del seminario", despidió de manera apremiante al resto de sus alumnos y, para nuestra sorpresa, salió detrás de ellos.
  
                                                   *                       *                       *

          El teólogo retornó al aula unos quince minutos más tarde y ya no abordó cuestiones que hicieran a la marcha académica del seminario sino que, sin ningún tipo de preámbulos, comenzó con una exposición que me tuvo como centro.
          - Nuestro joven amigo - dijo señalándome - ha planteado un tema esencial para nuestros estudios, cual es lo él que definió, para nuestro punto de vista muy correctamente, como "problema de la mediación entre Dios y los hombres".
          Después de pedir a los presentes (éramos solo cinco personas) una definición acerca de qué era lo que entendíamos por mediación y obtener solo respuestas que repetían algo que el mismo teólogo y yo dijimos durante la clase, optó por monologar durante un buen rato.
          - No sabemos cuántos de ustedes se nos unirán en nuestra tarea permanente, pero consideramos conveniente que se aclaren algunas cuestiones básicas. La agudeza intelectual y la gran capacidad especulativa de vuestro condiscípulo - afirmó mientras me señalaba con su índice - nos ha permitido llegar con bastante antelación al punto central de toda teología, cual es el de la mediación que la misma tiene que establecer entre Dios y los hombres. Debemos agradecérselo, pues se trata de un proceso que, sin él, nos hubiera demandado mucho más tiempo.
          Casi todos mis compañeros se dieron vuelta para mirarme y Wissenglaube, luego de observar esa actitud del grupo y volver a sonreír, continuó:
          - El primer problema a resolver en nuestra relación con el Creador es si podemos o no conocerlo y, como consecuencia de ello, si podemos o no interpretar correctamente su Palabra. El otro problema, derivado del primero pero también fundamental, es si tal conocimiento puede o no ser completo. Las demás cuestiones se inscriben en el contexto propio de esta problemática, digamos, bipolar.
          El teólogo hizo uno de sus acostumbrados silencios y, como ninguno de mis circunstanciales colegas habló, me decidí a preguntar si allí se estaba planteando también una cuestión propia de la filosofía clásica, cual era el referido al auto conocimiento humano.
          - Las semejanzas entre el hombre y Dios - respondió un tanto crípticamente - está en la creación o, mejor dicho, en el acto creativo y en la identidad. El hombre es el único ser terreno que posee la capacidad de crear, unida a la capacidad de negar, al tiempo que puede a llegar a saber de sí mismo ¿Piensa usted que esas capacidades son una sola o, al menos, que pueden obrar en conjunto?
          Contesté que, con un punto de partida tal, se repetía el problema que veníamos analizando desde los comienzos de nuestro trato, referido al carácter del mundo frente al Creador, como una instancia que se le opone, "ya se trate de la creación del mundo por parte de Dios, o de la misma creación humana".
          - Asombroso. - exclamó entusiasmado - Ha descubierto usted el poder que tiene la negación y lo ha hecho solo. Joven amigo, a veces, usted sobrepasa nuestras expectativas.
          El resto del grupo solo asistía a un diálogo que, sospecho, no entendía, razón por la cual, solo exteriorizaba uno que otro gesto de impaciencia y Wissenglaube, sin perder su sempiterna sonrisa irónica, se dignó a explicar a mis condiscípulos una pequeña parte del significado de nuestras palabras, señalando que, en tal perspectiva y "solo como una metáfora que, como tal, expone una realidad de un modo indirecto, Dios no ha creado el mundo a partir de la nada, sino con la nada, con la negación activa". La cara que pusieron ellos lo debe haber divertido, pues soltó una carcajada desagradable y los aconsejó que consultaran conmigo todo cuanto no entendieran de esa parte del problema. Dicho esto, tomó sus libros, saludó y se fue.
          Todos se volvieron a mirarme. Horacio González, uno de los integrantes del equipo de ayudantes del teólogo, quien también era ayudante en la cátedra de Filosofía de las Ciencias, me encaró directamente:
          - ¿Qué diablos quiere decir tanto palabrerío?
          - Es bastante simple. - contesté creo que con la misma sonrisa del teólogo - Te puedo dar un ejemplo que creo puede resultar claro: Si tienes un bloque de mármol y la capacidad de esculpir y el talento suficiente para hacerlo bien; ¿qué le agregas al mármol para producir una obra de arte?
          Mi colega meditó antes de ensayar cualquier argumentación. Sospechando que solo trataba de resguardar su prestigio, me adelanté, agregando:
          - Materialmente hablando, nada, absolutamente nada. Pero, si quieres, te lo diré en términos científicos modernos: Le agregas negación, energía, subjetividad, actividad negadora, porque el mármol sigue siendo física o químicamente lo que era, pero conceptualmente ya es más de lo que era. Era carbonato de calcio y sigue siéndolo, pero también es algo conceptual, una obra de arte. Eso es lo que dijo nuestro teólogo. Ni más ni menos que eso y lo dejó aclarado cuando mencionó las semejanzas entre Dios y el hombre.
          - Eso es creacionismo, pura Metafísica. Ustedes dos viven diciendo absurdos, están completamente locos – me respondió Horacio .
          Traté de hacerlo entender que una adjetivación como la que estaba usando "siempre implica un mecanismo para eludir una cuestión sin resolverla", amén de un recurrir constantemente al sarcasmo ante la falta de argumentos racionales, pero Roberto me preguntó si yo podía "formular, partiendo de mis supuestos, algún teorema racional, verdaderamente comprensible" y el asombro y el desconcierto pasaron de su cara a la mía, al comprobar que mi compañero de estudios creía que solo las expresiones matemáticas implican racionalidad y que también solo su resolución conlleva una respuesta aceptable. Le dije que estaba confundiendo pensar con calcular, pero siguió en su postura y el diálogo se vació de todo contenido. El resto de mis colegas no preguntó, pero se paró frente a mí con la misma actitud de quien antes cuestionara mi salud mental, lo cual me llevó a creer que no habían entendido en absoluto mis palabras y que compartían sus puntos de vista. Interiormente, me pregunté a porqué habían venido a trabajar en un tema como el que estábamos, no solo analizándolo, sino también explicándolo a otras personas y no encontré una respuesta razonable. Tampoco tuve respuesta directa cuando traté de entender porqué el teólogo había elegido ayudantes entre los más aventajados alumnos de la cátedra de Filosofía de las Ciencias, pero esta cuestión llegaría a comprenderla tiempo después, cuando comencé a estudiar aspectos internos de las teorías epistemológicas de la más reciente formulación.
          Me encogí de hombros, tomé mis libros y dejé el aula, a imitación de algo que, poco antes, había hecho Wissenglaube.

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