martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XIV) - Novela

Cap. XIV. Segunda mitad de marzo de 1976.

          Los militares dieron su enésimo cuartelazo y asumieron el gobierno el 24 de marzo. Los discursos para justificar "la quiebra del orden institucional" fueron muy similares a otros que habían expuesto en golpes de Estado anteriores y que recordaba por haberlos leído u oído. Dentro de ese mismo contexto, digamos conceptual, porque de alguna forma tengo que definirlo, una proclama de la Junta Militar que depuso a la presidente María Estela Martínez de Perón afirmaba que esa medida, sin dudas extrema, "persigue el propósito de terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo y solo está dirigida contra quienes han delinquido o han cometido abusos de poder. Es una decisión por la Patria y no supone, por lo tanto, discriminaciones contra ninguna militancia cívica ni sector social alguno...".
          Pero era también obvio que los militares no consideraban que las circunstancias fueran similares a las que precedieron a otros golpes del pasado. En los tiempos que corrían, por primera vez en su vida como institución, los militares de carrera argentinos habían tenido que enfrentar una lucha armada, con algunos pocos muertos en sus filas, y se habían quedado por completo sin posibilidades de comenzar negociaciones telefónicas entre sí, como sucediera en sus conflictos internos anteriores, cuando contabilizaban cuál de los sectores en pugna por el poder contaba con mayor número de elementos o equipos bélicos para algún eventual enfrentamiento armado que nunca terminaba por llegar. El hecho mismo de tener que contabilizar, no fusiles, tanques o aviones, sino  muertos los convenció de que estaban participando en una guerra no convencional, pero guerra al fin, lo cual implicaba, para  cada uno de ellos y también para la historia de los militares profesionales del país, una novedad absoluta. Con semejantes antecedentes en sus manos, los golpistas, no solo se apoderaron el Poder Ejecutivo, sino que también crearon un remedo de Congreso, al cual llamaron Comisión de Asesoramiento Legislativo o CAL (integrada en su totalidad solo por jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas) y "reordenaron" el Poder Judicial, removiendo a todos aquellos jueces que no consideraban dispuestos a secundarlos. Suspendieron, asimismo, todas las actividades de los partidos políticos e intervinieron los sindicatos de trabajadores y las entidades gremiales empresarias. En otras palabras, reservaron para sí la suma del poder público, en lo que a instituciones se refiere, incluyendo en ésto hasta las empresas del Estado.
          El designado nuevo Presidente de la República (también y sobre todo presidente de la Junta Militar) fue el teniente general Jorge Rafael Videla, un sujeto flaco, cetrino, con aspecto de monje medieval, cuyo parecido (solo físico, porque el gesto del teólogo era mucho más inteligente) con el doctor Wissenglaube me resultó extraño, al par que notable. Como primer acto público de su gobierno, Videla habló a la población para señalar, entre otras cosas, que la tarea a llevar adelante por parte de las Fuerzas Armadas estaba destinada a salvar, ya no solamente al país del tremendo desorden en el cual lo sumían periódicamente gobiernos civiles, sino también a la cultura nacional, occidental y cristiana; es decir, a toda la población, frente a una subversión que encarnaba el Mal. Ni más ni menos que el Mal. Me preocupó mucho escucharlo hablar como un iluminado, porque la misión de los iluminados siempre ha sido salvar a sus semejantes, lo quieran éstos o no. Me preocupó aún más oírlo decir que "salvar la patria" tenía un solo ejecutor posible, cual eran "las Fuerzas Armadas de la Nación", cuya historia se "consustanciaba con la misma historia del país" y del mundo, porque "todos los países tienen héroes epónimos, en los cuales la sociedad se refleja para mejorar" y esos héroes "en la inmensa mayoría de los casos, son de extracción militar", a todo lo cual sumó que esa salvación tendría un precio y ese precio sería fijado por esas Fuerzas Armadas que ahora detentaban el poder. Un precio que sería muy que elevado, como sucede siempre cuando una parte de la sociedad asume la paternidad total de actos que habrán de afectar la vida del resto de la misma.
          El nuevo período histórico que iniciaba el país tenía dioses tutelares sedientos y es sabido que la sed de los dioses solo se sacia con sangre humana.

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