martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XXIX) - Novela


Cap. XXIX. Abril de 1982

          La recuperación de las islas Malvinas por parte de las fuerzas armadas argentinas sorprendió, no solo al grupo de emigrados del cual yo formaba parte, sino también a la sociedad europea en su conjunto. Ningún gobierno del Viejo Mundo se mostraba dispuesto a apoyar a los militares argentinos, pero tampoco parecía querer asistir a un conflicto armado en un lugar donde seguían teniendo intereses económicos importantes. La visión pragmática que tenían de la realidad impidió, por ejemplo, que las críticas a la represión ilegal que denunciaban que estaba pasando en la Argentina traspasaran al plano de la economía.
          Durante una de nuestras habituales reuniones para la nostalgia, Luis Coloma, quien era uno de los últimos que se había sumado al grupo y quien no era totalmente afín con el resto en lo que a postura ideológica se refiere, mostrándose eufórico, sostuvo que “los militares argentinos van a tirar al mar a esos piratas”.
          - Los militares argentinos - le contesté bastante molesto - ni siquiera van a pelear. Han ocupado las islas porque la situación interna se les vuelve insostenible. Son tan incapaces, tan irresponsables, tan hijos de puta que creen que todo se soluciona con golpes de mano, que ésto podrán terminarlo bien con una negociación diplomática. No va a pasar nada de eso. Los ingleses van a pelear por motivos parecidos a los de ellos, ya que también tienen problemas internos y la Tatcher necesita de una victoria militar.
          La discusión se generalizó y se formaron dos bandos, uno de los cuales compartía la postura de Luis y el otro, la mía. Alberto Rodríguez, quien participaba de mi visión del problema, recordó a Luis que eran esos mismos militares que ahora defendía quienes lo habían obligado a abandonar el país y agregó:
          - Andrés tiene razón. No van a pelear. No sabrían como enfrentar a quienes pueden responder el fuego. Nunca lo hicieron. Solo saben asesinar a gente desarmada, solo se aprovechan de mujeres y de niños.
          Hubo, sin embargo, un tema respecto del cual todos estuvimos de acuerdo y era que, si los militares argentinos erasn derrotados, pronto podríamos retornar a nuestra patria.
          Durante todo el mes, estas reuniones y discusiones se repitieron. Los vaivenes de la guerra del Atlántico Sur mostraban, sin embargo y para quien quisiera analizarlos racionalmente, que el plan inglés de recuperación del archipiélago se estaba cumpliendo etapa por etapa y que el gobierno de la Tatcher saldría favorecido electoralmente, justo en momentos cuando comenzaba a ser cuestionado en su propio suelo. Desde la Argentina, Carlos y Beatriz me informaban acerca de cómo percibía el conflicto el argentino medio y, para aumentar mi desconcierto, ambos coincidían en que la población, por amplia mayoría, apoyaba ahora a los hombres del gobierno de facto, dejando en el olvido todo cuanto hicieron antes de la recuperación de las islas. Asimismo, me pedían que los informara acerca de cómo se analizaba el tema en España y cuáles eran las opiniones más autorizadas sobre cómo habría de terminar todo. Seguían sin mencionar en absoluto a Margarita. Tampoco yo preguntaba ya por ella.

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