martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XXVII) - Novela

Cap. XXVII. Julio de 1978.

          Ocurrieron dos cosas importantes; una, en la Argentina, y otra, en España. En la Argentina, la selección de mi país ganó el campeonato mundial de fútbol. En España o, mejor dicho, a España, llegó el doctor Monseñor Jean Wissenglaube. Para comentar la victoria deportiva, nos reunimos varios emigrados, quienes, en un principio, no sabíamos si festejar o deplorar ese triunfo. Podíamos festejar porque, al fin de cuentas, era la primera vez que nuestro fútbol alcanzaba semejante conquista pero también podíamos deplorar lo sucedido porque, por lo menos circunstancialmente, dicho logro fue presentando, ante el grueso de mis conciudadanos, como un galardón de los militares. Terminamos festejando ya que, en resumidas cuentas, siempre es mejor festejar que lamentar, y, además, el gobierno de facto, tarde o temprano, pasaría, pero el triunfo futbolístico quedaba para siempre. Además, como señalara Pablo, uno de los participantes de la reunión, "tal vez, los militares decidan aflojar un poco la mano con la represión, al sentirse triunfadores en algo". Sus palabras sirvieron para iniciar un conato de polémica, pues Eduardo, otro de los participantes, sostuvo que "ese triunfo es del pueblo y los milicos asesinos seguirán matando si se sienten ganadores". Alguien, cuyo nombre no viene ahora a mi memoria, terminó calmando los ánimos, con el argumento de que los hechos de fondo no cambiarán por el fútbol y que una "alegría popular, por circunstancial que pueda resultar, debe aceptarse, sobre todo cuando resultan tan escasas como en el presente de nuestro suelo". Como cierre de toda la discusión y respondiendo a nuestro carácter de argentinos, terminamos cenando en un bodegón cercano.

                                              *                       *                  *

          Los encuentros con el teólogo fueron de dos clases, y algunos de ellos se realizaron en presencia de miembros del consejo académico de la Facultad, mientras que otros fueron estrictamente privados. La primera de las reuniones académicas se centró en la tarea que yo había realizado en poco menos de un año, respecto de la cual mis colegas españoles se deshicieron en elogios, rematando los mismos con un ofrecimiento de renovación de contrato por otros dos años, cuando el que estaba aún vigente se cumpliera. Wissenglaube, quien me miraba con gesto de satisfacción, destacó que era eso precisamente lo que él siempre había estado seguro que sucedería y se explayó, no sin cierta ironía, acerca de cuán amplias podrían ser mis posibilidades futuras, "si se me permitía seguir trabajando en un ambiente adecuado".    En determinado momento, todas las miradas estaban dirigidas a mí y el teólogo me instó a hablar. Me sentía bastante cohibido ante tantos elogios. Los agradecí sinceramente y expuse algunos de mis proyectos de trabajo, los cuales parecieron despertar tal grado entusiasmo por parte de los presentes, que no pude más que pensar que la reunión había sido pre condicionada por el teólogo, quien de hecho actuaba como una especie de padrino. No respondí inmediatamente a la propuesta de renovación del contrato, tanto porque faltaba mucho tiempo para que éste concluyera, cuanto porque no descartaba que pudieran producirse cambios en la situación interna de la Argentina que me permitieran regresar. Wissenglaube me miró y parafraseó "El Príncipe" de Maquiavelo:
          - "El único modo de evitar caer bajo el poder de las adulaciones es saber aceptar la verdad".
          Mis encuentros privados con el teólogo fueron menos formales y, en lo que a mis puntos de vista y necesidades se refiere, más informativos e interesantes.
          - Su país - me dijo durante la primera de esas reuniones - sigue siendo un lugar al cual usted no puede volver, porque nada cambió, en lo que se refiere a la existencia de mínimas garantías jurídicas para el común de los ciudadanos y usted ni siquiera pertenece a ese común, sino que figura, y de modo destacado, en una lista de potenciales detractores del régimen militar. Nuestro consejo es que, por ahora, se quede en España.
          Pedí que me diera algunos detalles, no solo de la situación general, con el desempeño de los militares en el gobierno incluido, sino también de qué pasaba con algunos conocidos mutuos, y el Monseñor relató algunas vicisitudes sufridas por muchos colegas, quienes, amén de perder sus puestos como docentes, se vieron ante las opciones de emigrar, terminar presos, ser asesinados o pasar a integrar las listas de desaparecidos. Habló de Carlos, pero no de Margarita. Respecto de mi amigo, dijo que solo lo veía muy esporádicamente y casi no conversaba con él, pero que, por las últimas noticias que tenía, descontaba que no había sido detenido, como era el caso de otros conocidos.
          - Nosotros - aclaró después en su acostumbrada primera persona del plural - hemos quedado al margen de esos peligros por nuestra condición de extranjeros y nuestro cargo eclesiástico. Los actuales gobernantes argentinos no quieren correr el riesgo de que la Iglesia se vea obligada a reclamar, pública y oficialmente, por alguno de nosotros y menos aún que el mismo Vaticano tome cartas en el asunto, porque, en nuestro caso particular y le pedimos que disimule nuestra inmodestia, eso podría ocurrir.
          Como si le costara trabajo expresar lo que más tarde terminaría diciendo, el teólogo abandonó la sonrisa que esbozaba cada vez que emitía un juicio.
          - La Iglesia Católica argentina pertenece al grupo de los tibios, a los cuales se define bien en el Nuevo Testamento. Parecería que quiere quedar bien con Dios y con el César, sin dar a ninguno de los dos el lugar que le corresponde y, en consecuencia, sin tampoco ocupar el que le de ser propio.
          Concedió mantener nuestro primer diálogo dentro de mis necesidades de información respecto de cuanto estaba pasando en la Argentina y, en tal perspectiva, evitó abordar temas de tipo académico. Comenté mi reunión con el doctor Deferre, así como mis intentos de hacer algo por Rabezzi y Wissenglaube emitió otro de sus juicios relativamente crípticos pero definitivamente lapidarios.
          - Existen hombres que, tal como sentenció alguna vez el más grande de los pensadores especulativos, pueden encontrar razones hasta para justificar las peores canalladas. No debería usted recurrir a sujetos semejantes. Pertenecen a una esfera de relaciones políticas, académicas, sociales y, sobre todo, humanas de la cual usted nunca podrá formar parte. Además, por decir algo en favor de semejante individuo, puedo señalar que él está absolutamente convencido de "la necesidad de eliminar de raíz la subversión marxista de la sociedad argentina", como le oí predicar en una reunión de católicos, a la cual también asistieron algunos obispos que coincidieron con su postura.
          - ¿Y qué otra cosa podría hacer, desde aquí, en favor de un ser humano, al cual conocí poco pero respeté mucho? Usted comprenderá que cualquier recurso para salvar su vida o la de cualquier otra persona que haya sido detenida en mi país a mí me parece válido - respondí en tono casi violento.
          - No tiene usted que enfadarse con nosotros - contestó recuperando su sonrisa -. Solo queremos prevenirlo sobre dos circunstancias que hacen a la situación del abogado que ha mencionado: En primer lugar, debemos decirle que usted ya nada puede hacer por el doctor Rabezzi, de quien podemos decir lo mismo que dijimos sobre su amigo Diego: Deje que su espíritu descanse en paz. En segundo lugar, creemos que su situación personal no está por completo a salvo de las medidas represivas de los militares argentinos. No sería el primer caso de un exiliado asesinado por los servicios de su país o de un gobierno aliado en la región.
          De inmediato, en un cambio de enfoque del tema, me preguntó:
          - ¿Recuerda usted qué dijo el espíritu de Aquiles, cuando fue convocado por Circe, en una parte de la Odisea, con el fin de convencer a Ulises de que aceptara la tenue inmortalidad que la maga le ofrecía?
          Sin darme tiempo para que yo respondiera, lo hizo él mismo.
          - El fantasma del hijo de Tethis y Peleo dijo: "Porque estoy en el reino de los muertos, no tengo poder para nada. Es preferible ser un esclavo en el mundo de los vivos que un rey en el mundo de los muertos". Nunca pudimos distinguir si esa parte del poema épico tardío quería decir que ya nada podía porque estaba muerto o si estaba muerto porque ya no podía nada. Pero, cualquiera sea la interpretación que se quiera dar a la sentencia, pienso que Aquiles tenía razón y usted debería comprenderlo mejor que nadie. En estos momentos, los muertos son utilizados por los militares que gobiernan su país para aterrorizar a los vivos. Deje que los muertos entierren a los muertos y siga su camino por la vida. Eso es más importante.
          Me miró, pensó unos instantes y algo socarronamente agregó:
          - A propósito y ya que usted no ha querido preguntar, pese a desearlo, incluya entre sus muertos a su amiga Margarita, no porque haya sido detenida o se encuentre desaparecida; ella no corre tales riesgos, sino porque está empeñada en autodestruirse y es casi seguro que va camino de lograrlo.
          Cuando el teólogo se marchó, como siempre lo hacía después de dejar algún consejo o alguna sentencia, me puse a pensar en cuál era el papel que él jugaba en mi vida y mis conclusiones fueron harto contradictorias. Por momentos, lo veía como una suerte de seductor espiritual; por momentos, con un protector, también espiritual. Mi también pensamiento se detuvo en Margarita y en las palabras despectivas que le dedicara Wissenglaube. ¿Se estaría destruyendo como afirmaba el teólogo? No pude, aún cuando lo deseara con todas mis fuerzas, descartar esa posibilidad. Estar ausente y no poder ayudarla tornaron a ser temas que volvían más pesada la carga de ser un exiliado.

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