martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XXVIII) - Novela


Cap. XXVIII. Diciembre de 1978.

          Mi vida se llena de éxitos sociales vividos como fracasos personales. El segundo de mis libros ya fue editado. Recibió muchos elogios de parte de críticos y especialistas, lo cual hizo que se vendiera tan bien para un ensayo de sus características que la empresa editorial me ofreció publicar cualquier otra cosa que escribiera. Las autoridades de la Facultad donde trabajo insisten en renovar mi contrato casi indefinidamente. La situación económica por la cual estoy pasando me ha permitido comprar el departamento que habitara desde el momento cuando llegué a España. Maquiavelo diría de mí que soy un mimado por la fortuna, pese a mi condición de exiliado, condición que el genio florentino siempre aconsejó que los gobernantes miraran con recelo. Quizás ese exilio sería dorado si los exilios forzosos pudieran adquirir semejante tinte alguna vez.
          Hace tiempo que no veo a Monseñor Jean Wissenglaube quien se encuentra, desde hace algunos meses, en los Estados Unidos, donde una universidad católica lo contrató para dictar alguno de sus consabidos seminarios. Sigo recibiendo cartas de Beatriz y Carlos (quien persiste en mantener el sistema de triangulación) pero no de Juan Russo, quien supongo debe haber renunciado a continuar con la búsqueda del doctor Rabezzi. El teólogo también me escribe, pero los temas de sus cartas se han vuelto un tanto impersonales, restringiéndose más y más a las cuestiones académicas. Las cartas de Carlos tienen como tema excluyente la evolución de la situación política argentina. Beatriz, en cambio, prefiere referirse a cuestiones más íntimas, tanto de ella, cuanto mías, las últimas a través de preguntas que, si bien en los comienzos de nuestro intercambio epistolar, llegaron, si no a molestarme, al menos a provocar que las eludiera en lo posible, ya comienzan a resultarme necesarias, posiblemente porque me dan la sensación de que alguien se ocupa de mi persona y no solo de mis clases o mis libros. Ninguno de los dos menciona ya a Margarita, pese a que, en alguna oportunidad, pedí que me informaran sobre ella.
          La última carta de Monseñor Wissenglaube, en respuesta a una inquietud que le expuse acerca de la naturaleza de la mediación teológica, resultó harto significativa. El sacerdote percibió que mis preguntas se referían más a su función personal en el mundo que a una cuestión filosófica y respondió directamente.

                                              "Joven amigo:
                                                                      Sus preguntas, en lo que a la naturaleza de nuestra persona se refiere, no tienen respuesta neta alguna. En cierta oportunidad, durante el primer seminario que hemos dictado en Buenos Aires, recuerdo que usted mismo enunció que "todo aquello o aquel que media entre dos instancias totalizadoras y también contradictorias, se las considera divinas o diabólicas, une y, al mismo tiempo, separa". Ese es, en esencia, el papel que desempeñan el teólogo y aún la misma teología. Pensamos que, en el fondo de toda esta problemática, a lo que realmente apuntan sus inquisiciones es a saber si somos enviados de una u otra parte y, a eso, no podemos contestar con la verdad.
                      La verdad para los seres humanos, cuando éstos se autoconsideran individuos aislados, como acontece en nuestro oscuro presente, únicamente se manifiesta si llegan a parecerse tanto a sí mismos que no existen ya dudas, tanto para ellos, cuanto para sus semejantes, acerca de quiénes son.
                      Pensamos que, en un mundo como el actual, donde los hombres han renunciado a buscarse, a saber quiénes son en realidad, sacar conclusiones indudables sobre nuestros conceptos resulta harto dificultoso, pero también creemos que usted es, en este sentido, un elegido y que hallará su camino, al final del cual, tal vez nos encontremos o tal vez no.
                      Esperando haber conseguido dar alguna satisfacción a sus inquietudes, lo saludamos con el afecto de siempre".

          La carta del teólogo no contenía ninguna respuesta y - creo que era eso lo que perseguía - solamente confirmó todas mis dudas.

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