martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XXX) - Novela


Cap. XXX. Fines de junio de 1982.

          La derrota argentina en el Atlántico Sur (a la cual yo prefería pensar solo como un fracaso de los militares, aún cuando este fracaso implicaría la casi definitiva pérdida de las islas Malvinas) era vivida por nuestro grupo de emigrados como un prólogo a nuestro regreso al suelo que nos viera nacer. Mantuve algunas reuniones con miembros del consejo académico de la facultad donde había recibido apoyo, trabajo y protección durante años y les comuniqué mi decisión de retornar a la Argentina, cuando el cambio de las condiciones políticas internas, algo que se juzgaba inminente, se produjera. El doctor Berenguer habló en nombre de los miembros de dicho consejo y dijo que lamentaban mi decisión pero me pedían que, dentro de lo posible, tratara de completar el ciclo de clases que yo había comenzado poco antes. No podía rechazar ese pedido, pese a lo cual, mis planes de regreso tampoco se alterarían de manera sustancial, porque los plazos que se establecieron en mi país para lo que se definía como el restablecimiento de la democracia no eran tan cortos como mis urgencias personales reclamaban. De todos modos, ese regreso era algo inevitable.
          Escribí sendas cartas a Carlos, a Beatriz y a Wissenglaube, para informarlos sobre mis proyectos de retorno sin determinar cuál era la fecha para el mismo. Beatriz y Carlos se mostraron muy entusiasmados y el teólogo más bien reticente. Pienso que estaba decepcionado, pues me llamó por teléfono el mismo día cuando recibiera mi comunicación para pedirme que pensara mejor las cosas, tanto porque estaría abandonando una carrera académica más que importante, cuanto porque nuestras relaciones personales ingresarían en un cono de sombras, ya que reiteradamente me había dicho que era muy difícil que él volviera alguna vez a la Argentina. Le recordé que no se encontraba en España en esos momentos, a lo cual agregué que nuestra relación era, desde hacía tiempo, solo epistolar, algo que podría continuarse en el futuro, pero me contestó que su regreso al Viejo Mundo se produciría dentro de poco tiempo y que proyectaba hacer una importante pausa en sus viajes.
          - Podríamos trabajar juntos en temas importantes y eso no es algo que pueda hacerse por carta o por teléfono, como suponemos usted comprenderá - concluyó.
          Sin embargo y pese a su manifiesto enojo, el doctor en teología pidió que mantuviéramos nuestros contactos en el futuro, "por el medio que sea y por el mayor tiempo posible". Nada podía hacer Wissenglaube para convencerme de que me quedara en España. Yo soñaba con mi regreso y, en mis sueños, la Argentina volvía a ser aquel lugar donde pasara los mejores momentos de mi vida, donde me formara intelectual y afectivamente, donde vivir me había sido grato y hasta fácil. No contemplaba, como supongo debe suceder con todos los emigrados que quieren volver a su suelo, la alternativa de la existencia de cambios profundos en la sociedad y en las personas que creía conocer bien. Cuando yo regresara, todo iba a ser como antes, desde las calles, hasta los árboles; desde los cines y los teatros, hasta las canchas de fútbol. Allí estarían mis amigos aguardándome para hablar de todo y de nada, para reírnos o enojarnos por cuestiones triviales. También estarían Carlos o Beatriz y, porqué no, quizás Margarita, tal como ella era en mis mejores recuerdos. Faltarían, claro está, Diego, Mauricio y otros amigos, pero el recuerdo de ellos tal vez serviría para hacer de todos nosotros mejores personas. Pensaba llevar todos mis proyectos de trabajo y los realizaría, quizás no en mejores condiciones que las que me brindara España pero, de eso estaba seguro, con mayor dedicación y entusiasmo, factores suficientes para compensar todo cuanto perdiera materialmente. También conservaría mis contactos con distintos centros intelectuales del mundo, para utilizarlos en favor de un mejoramiento de la educación universitaria argentina, tratando que la misma retomara los niveles que tuvo en la década de los sesenta.
            Sin la menor sombra de dudas, todo sería inmejorable para cuando yo volviera a mi patria.

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