martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XXXII) - Novela


Cap. XXXII. Fines de marzo de 1984

          Llegué a Buenos Aires cuando comenzaba el otoño y no avisé absolutamente a nadie. No sé si obré de ese modo porque quería acomodar mi cabeza a la nueva situación que estaba viviendo, antes de llamar a mis viejos amigos, o si fue porque deseaba que éstos, por algún extraño presentimiento, adivinaran mi retorno. Durante la primera semana, me alojé en un hotel céntrico como si fuera un turista más y dediqué todo mi tiempo a recorrer los lugares donde transcurrieron muchos buenos momentos de mi vida, tratando de reconstruir el presente sobre la base de mis raíces. En más de un sentido, quería reencontrarme conmigo mismo, pero deseaba hacerlo a solas, lo cual debe ser el peor camino para lograr semejante reencuentro. Al principio, solo me visitaron las ausencias. Ya no estaban Mauricio, Diego, Rodolfo, Daniel, Roberto, Mónica, Mercedes, Ana María, entre muchos otros a quienes el Proceso de Reorganización Nacional había detenido, asesinado o hecho desaparecer para siempre. Quise saber cómo reaccionaba el ciudadano común ante esos hechos y otros semejantes y el satisfacer ese deseo fue mi primera y decepcionante sorpresa, pues la mayoría de mis coterráneos, si bien declaraba a diario su disposición a no olvidar ni perdonar el pasado reciente, no realizaba grandes esfuerzos para averiguar demasiado sobre las implicaciones que tenía todo lo ocurrido durante ese pasado. Reclamaba sanciones que debían ser ejemplificadoras, pero lo pedía en el estricto sentido de esa palabra, es decir, sanciones solo referidas a ejemplos notorios.
          En un encuentro circunstancial con Eduardo Labanca (un político que nunca entró en conflicto con los militares pero que, en el presente democrático, era relativamente oficialista, a quien conocí durante un viaje que él hizo a España) pude enterarme que el gobierno radical proyectaba enjuiciar y condenar a los militares, para lo cual, sin embargo, contaba con muy poco apoyo, por no decir ninguno, de los "factores del poder económico", a los cuales, dicho sea de paso, no pensaba tocar.
          - Además, - aclaró como quien está diciendo algo indiscutible - si se investigara todo lo sucedido hasta sus últimas consecuencias, es seguro que nos quedaríamos sin fuerzas armadas y casi sin miembros en la clase dirigente.
          - Pero - respondí - por lo que leí en Europa, los radicales hicieron toda su campaña electoral anunciando el modo cómo investigarían la represión militar y, además, hablaron de discriminar entre deuda externa legítima y deuda externa ilegítima, porque, con una jugarreta financiera, endosaron a toda la población la deuda que contrajeron no más de dos docenas de grupos económicos. Esto último complica a los principales dirigentes del gran empresariado, casi sin excepciones.
          Mi circunstancial interlocutor desplegó una catarata de expresiones de origen psicológico, sociológico, político, técnico y económico para explicar que "existe una diferencia sustancial entre lo que se dice al calor de la tribuna y lo que puede comprenderse en un análisis frío de gabinete" y, cuando le observé que, desde ese punto de vista, siempre se estaría engañando a la población al hablarle directamente, contestó que, si bien yo podía tener razón en lo relativo a los principios éticos, "no existen otras reglas para el juego actual de la política". No hice comentario alguno acerca de semejante explicación. No tenía sentido hacerlo.
          Durante la segunda semana, me reuní con Carlos, quien se había enterado accidentalmente de mi regreso y vino a verme bastante molesto porque no lo llamé no bien pisé Buenos Aires. y tuvo que enterarse "por alguien que me vio en el hotel donde estaba alojado". Su queja era justa y casi incontestable. De todos modos, traté de explicar mis deseos de estar un tiempo solo para reacomodarme a la nueva situación del país, y me contestó que nada había cambiado lo suficiente como para necesitar alguna clase de pausa que "excluyera a los amigos".
          - Más aún, - agregó - habrás comprobado que siguen manejando las cosas básicas de la economía los mismos sujetos que medraron con el Proceso, pues los radicales ya casi no hablan de investigar a fondo el endeudamiento externo, sino que se reúnen con los promotores del mismo para negociar alguna salida a los problemas. No creo que esto vaya a terminar bien.
          Carlos sentía por mí un afecto grande; quizás bastante más cálido que el que yo tenía hacia él y su ofuscación pasó, en pocos instantes, desde mi bastante descuidada postura con relación a las personas que conformaron el círculo de nuestras amistades, hacia la gestión clase dirigente.
          - No han cambiado su modo tradicional de hacer política - se explayó - y siguen confundiendo al país con un negocio fácil, a la población con una estadística y a la Casa de Gobierno con un lugar donde ponen a quien se les antoja. Por eso, no se ha investigado a fondo nada, pese a que existen hechos lo suficientemente gruesos como para mandar a la cárcel a la mitad más uno de todos quienes manejaron la economía argentina durante los años cuando estuviste ausente. No se si tenés alguna idea sobre cómo han hecho este desastre.
          Ante mi silencio, pasó inmediatamente a darme un lección de economía, según la cual los mecanismos seguidos por los principales agentes económicos consistieron en endeudarse con el exterior, aprovechando el reciclaje de los petrodólares, para después endosarle esa deuda a la sociedad toda, como respuesta a la presión de los mismos sectores financieros acreedores, los cuales, no mucho tiempo antes, se habían mostrado tan proclives a prestar dinero a un régimen ilegal, como lo era el Proceso de Reorganización Nacional.
          - Como ves, - sentenció - hasta aquellos que criticaron al gobierno militar argentino por una represión, a la cual calificaron, entre otras cosas, como ilegal, ahora consideran legítimas medidas de esos mismos militares cuando se trata de los documentos que firmaron para endeudar al país. Cosas desgraciadamente comunes en la política internacional burguesa. La llamada comunidad democrática internacional se siente bien representada por Martínez de Hoz, pero no por Videla, Viola o Galtieri, quienes no eran otra cosa que sustentos políticos de un programa económico que, en el fondo, se mantiene sin cambios. Nuestro futuro no es, ni remotamente, algo deseable.
          Después de dejarlo despotricar a gusto contra el gobierno, inicié un interrogatorio que incluía a varios amigos comunes, ex condiscípulos y hasta conocidos. También a Beatriz y, finalmente, a Margarita. La evocación de amigos comunes nos entristeció. De todos aquellos con quienes formamos grupos de trabajo, estudio o diversión, casi la mitad estaban muertos, habían desaparecido después de ser secuestrados por algún organismo de represión o se habían exiliado. Yo tenía noticias sobre algunos casos, pero no comprendí la dimensión del drama hasta cuando él me lo describió en detalle. Hablamos de Beatriz y me reprochó que no la hubiera llamado, no solo porque ella lo esperaba con ansiedad, sino también porque fue uno de los pocos contactos con la Argentina que mantuve durante los años de mi exilio.
          - No te pido que me justifiques – dije a modo de disculpa - pero mi relación con Beatriz, dado en lo que se transformó desde aún antes que me fuera a España, es algo que no puedo continuar normalmente sin aclarar en mi interior qué es lo que me pasa con Margarita.
          - Ah... Margarita - murmuró en tono apagado.
          - Sí. Margarita. ¿Dónde está? ¿Qué es lo que hace? No nos escribimos porque, cuando me fui, estábamos distanciados. Nunca me has dicho nada sobre ella y Beatriz tampoco lo hizo. No traté de encontrarla a mi vuelta, porque esperaba que ella me buscara ¿Le ha pasado algo?
          Comenzó con pretextos que tenían como base su costumbre de no hablar de los ausentes, pero terminó haciendo algunos comentarios un tanto crípticos.
          - Hace mucho tiempo que no la veo. No he sabido que le pasara nada, por lo menos nada de lo que sucedió a muchos de nuestros mejores amigos. Ya no la trato. Mejor dicho, ella nos ha dejado de lado desde el mismo momento cuando te fuiste a Europa. Si hablas con Beatriz, tal vez te pueda informar mucho mejor que yo.
          Quedé mirándolo, sobre todo porque empleó un tono duro y frío para todo cuanto dijo. Pregunté si había pasado algo grave entre ellos dos y su respuesta corrió por igual sendero.
          - A mí no me pasó nada y no quiero hablar de Margarita. Lo que yo podría decir de ella solo puedo hacerlo en su presencia. Nunca me gustó hacer ciertos comentarios sin que estén los afectados delante mío. No voy a cambiar esa conducta en este momento. Ya te enterarás por tu cuenta. Además, si tanto te preocupa, llámala y pregúntale personalmente lo que quieras saber. No creo que no te atienda... Atiende a todo el mundo.
          - ¿Qué es lo que quieres decir con eso? - pregunté en el mismo tono.
          - Ni más ni menos que lo que acabas de oír. Que atiende a todo el mundo, sin fijarse en nada ni en nadie. Se ha vuelto tan democrática como la sociedad argentina y no hace distinciones de ninguna clase.
          Sus palabras me quitaron las ganas de seguir preguntando y solo dije:
          - No voy a llamarla.
          Carlos se retiró horas más tarde. Su enojo para con mi conducta había desaparecido casi por completo y se mostraba contento por verme y comprobar que mis ideas políticas y sociales no habían cambiado en lo que él juzgaba como esencial. Su molestia con Margarita, en cambio, persistía, pero insistió en no comentar las razones de la misma pero yo estaba comenzando a sospecharlas. Cuando se fue, miré el teléfono de mi cuarto durante un largo rato. El número telefónico de la familia de Margarita y su hermana estaba grabado en mi memoria, no obstante lo cual y con esfuerzo, resistí la tentación de llamar para tener noticias de cualquiera de las dos. Si bien descontaba que Beatriz podría estar viviendo en lo que fuera mi casa antes del exilio, no tenía idea dónde podría estar Margarita, pues nunca llegué a enterarme si cumplió o no su sueño de comprar una casa en San Telmo. Me decidí al fin por esperar un tiempo más, antes de rehacer mis relaciones, no solo con alguna de ellas, sino también con el resto de personas que fueran mis amigos.
          - Mi país - dije para mí mismo - no parece enterado de mi regreso o simplemente no le importa.

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