martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XXXIII) - Novela


Cap. XXXIII. Setiembre de 1984.

          La materia con la cual están hechos los sueños es atemporal y nunca contempla el devenir de la realidad. Hasta las personas que aparecen en ellos carecen de edad, son siempre iguales, aún aquellas que han muerto. El suelo al cual yo soñara volver no era el país con el cual me encontré a mi regreso y no estoy haciendo referencias a las calles, los edificios o aún las ciudades o "mis" universidades, sino a las personas que las caminan o habitan, toman decisiones o las padecen. Estaba en un lugar muy distinto del que dejara seis años atrás, pero llegar a tal conclusión insumió cinco largos meses de mi vida, durante los cuales recorrí facultades, escuelas e institutos, presentando mis antecedentes académicos, con la esperanza de asumir alguna cátedra dentro de mi especialidad y así poder contribuir a la recomposición de las relaciones internas de los argentinos. Esos antecedentes sirvieron de muy poco, tanto porque eran, en su núcleo, europeos, cuanto porque no incluían algún grupo de pertenencia política con capacidad suficiente para hacerlos valer. Pude dictar unos pocos seminarios de post grado, con aranceles que, comparados con aquellos que percibía en España, eran ridículos, pero no accedí a ningún cargo efectivo. No entendía bien qué pasaba, hasta el momento cuando un antiguo colega tuvo, digamos, la gentileza de ponerme al tanto de las nuevas circunstancias que vivía la docencia argentina. Según su punto de vista, era poco lo que había cambiado desde el retorno a la democracia y en comparación con las reglas de juego que impusieran los militares, pues todo consistía, antes y ahora, en "tener buenas referencias" y buenas referencias "implican el padrinazgo de algún grupo de poder político".
          - Como sucede en todo el mundo - sentenció con la absoluta certeza de estar diciendo una verdad incontrovertible.
          Se mostró extrañado de lo que él llamaba mi "desubicación social y política" y me dejó unos cuantos consejos acerca de cómo debería actuar en adelante.
          El tiempo transcurrido desde el momento de mi llegada no era, sin embargo, tan grande como para hacer que renunciara a mis proyectos personales, razón por la cual seguí insistiendo con presentaciones de antecedentes y participaciones en concursos académicos, sin resultados positivos, entre otras cosas, porque la mayoría de los cargos estaba cubierta. Hice un arqueo de mis reservas económicas y, al comprobar que su descenso no era todavía grande, decidí aguardar unos meses más, antes de salir a tratar de encontrar trabajo en un ámbito distinto del docente. Busqué un pequeño departamento para alquilar y dejé mi cuarto de hotel, con el fin de ahorrar cuanto me fuera posible. Solo informé de mi mudanza a Carlos y al doctor Wissenglaube, además de la editorial española que comercializaba mis libros y el consejo académico de la universidad barcelonesa, donde trabajé cuando vivía exiliado. No incluí a Beatriz, pensando que, si bien cometía una injusticia, yo no estaba en condiciones de reanudar con ella cualquier clase de relación que no fuese la epistolar. Una carta del teólogo, remitida muy poco después de cuando yo le escribiera para ponerlo al tanto de mi nuevo domicilio, contenía una serie de conceptos referidos a la salvación que me sorprendieron. No obstante, sus preceptos se ajustaban bastante bien a mis primeras percepciones de lo que estaba sucediendo en la Argentina.

                                                          "Joven amigo y colega, la salvación no es ya un hecho personal, individual, como hemos venido afirmando, desde hace mucho tiempo, los teólogos cristianos. No es posible que pueda darse en un mundo como el del presente, donde cualquier medida política que se tome en cualquier lugar del planeta afecta al conjunto de la Humanidad. Hoy, es necesario pensar en la salvación de todo un pueblo. No existe otra salida. No descarte, sin embargo, la existencia de pueblos que no desean salvarse o que no asumen el riesgo de pensar cómo hacerlo, porque prefieren que sean otros quienes decidan por ellos".

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