martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XXXVIII) - Novela


Cap. XXXVIII

          La libertad a la cual aludía constantemente Margarita en su diario se transformó en promiscuidad creciente durante el período posterior a mi partida hacia España. Llevó un registro, a mi modo de ver espantosamente detallado, de sus relaciones con sujetos de distintos orígenes sociales, culturales y hasta genéricos. Se volvió accesible a todo tipo de pretendientes, incluyendo con preferencia a novios y esposos de amigas, como también a quienes alguna vez fueran mis amigos  o compañeros de estudio. Lo intentó incluso con Carlos, aún cuando sin el menor éxito, pero menciona a Diego entre quienes llevó a su cama, lo cual significaría, en caso de ser verdad, que los problemas en nuestras relaciones tenían más componentes y aspectos más graves y dolorosos de los que yo percibía. Nunca halló, por el camino del sexo, la saciedad de sus sentidos, sino únicamente un hastío creciente.
          Durante un año, se sometió a un tratamiento psicoanalítico con un discípulo de un profesional que, por años los sesenta, había conseguido cierto prestigio utilizando ácido lisérgico en sus pacientes y lo convenció, bastante dinero por medio, para que utilizara ese alucinógeno con ella. No obtuvo resultados que fueran más allá de las alucinaciones, en las cuales llegó a preguntarse si todo cuanto hacía su cuerpo lo hacía ella misma.
          En su diario, anota interrogantes cómo "¿son éstas manos que hacen eso mías?" o "¿este cuerpo en realidad soy yo?".
          Ese tratamiento con LSD, si bien no cubrió ninguna de sus expectativas y esperanzas, abrió, sin embargo, las  puertas  al empleo de otras drogas. Experimentó con estimulantes, no ya como parte de una terapia o pseudoterapia psicoanalítica, sino como mecanismos para ampliar los horizontes sensoriales como medio de "captar lo Absoluto o estar unida al mundo, cerca de uno de sus extremos", pero llegaba tarde - históricamente tarde - ya que, si bien en todas las culturas del pasado, los estímulos con algunas drogas rozaron algún carácter religioso y fueron un mecanismo para acercarse a los dioses, la cultura individualista, dentro de la cual nos tocó vivir a ella y a mí, es la única que ha llegado a utilizar tales estímulos como mecanismo para "seguir andando".
          Tampoco logró entonces el punto de unión con el mundo que buscara con desesperación, entre otras cosas, porque no sabía en qué consistía lo que estaba buscando, ni ya tenia un dios o, por lo menos, un intérprete de los designios de ese dios, para preguntárselo. El sentimiento religioso que, creo, buscaba tan desesperadamente era solo una ausencia.

                                  *                       *                       *

          Detuve varias veces la lectura de sus apuntes, más espantado que abrumado. Dos de las reuniones que mantuvo y que subrayó especialmente en su diario llamaron mucho mi atención. Una fue con Wissenglaube y otra, la cual derivó en una relación que duró algunos meses, con un militar de grado, íntimamente ligado al Proceso de Reorganización Nacional.
          El relato que hizo de las reuniones terminó por completar a mis ojos un perfil de conducta o de personalidad que, no por no haberlo previsto alguna vez, durante nuestra relación, no dejó de asombrarme. Delineaba perfectamente aquello que el teólogo definiera como "individuos a los cuales aguarda la nada".
          Hubo, asimismo, otras partes del sus escritos, las referidas al diagnóstico de la enfermedad que terminara con ella y a los efectos cada vez menos sentidos de las drogas, que me dejaron atónito.
          De su entrevista con el teólogo, decía:

          "Por fin aceptó verme a solas. Creo que la ausencia de Andrés ha servido para que eso sucediera. Nos vimos en el hotel donde se encuentra alojado, alrededor de las nueve de la noche. Cuando llegué, me contempló sin dejar de sonreír de manera irónica y preguntó:
          "- ¿Que es lo que espera usted de nuestro limitado saber, señorita? Porque supongo que ha venido aquí con interrogantes que no quiso o no pudo plantear en nuestro seminario, delante de otras personas.
          "Pensé si hablar o no directamente y me decidí referirme a los límites del actuar y sentir humanos.
          "- Usted habló alguna vez de los límites extremos que se presentan en toda religión o todo saber ante la consciencia humana. ¿Cuáles son o pueden ser esos límites? ¿Acaso la sensibilidad puede superarlos? Necesito saberlo, sentirlo.
          "Contestó metafóricamente, reiterando una suerte de aforismo filosófico que parecía complacerle.
          “- Sólo es ilimitado aquel que conoce sus límites".
          "Insistí en mi postura, diciéndole que una fórmula verbal no era una respuesta adecuada para mis necesidades y él movió su cabeza y dijo que "las necesidades de la subjetividad aislada nunca podrán ser satisfechas", porque la consciencia individual "es una suerte de agujero negro, capaz de absorber todo cuanto se presente ante ella, pero esa consciencia no está capacitada para sustentarse a sí misma, siempre dependerá de la presencia de algo exterior a ella.
          "- Si logra un trato profundo con otro sujeto, con otra consciencia, con otro ser humano, podrá desarrollar su persona y tendrá una relación sólida con el mundo. La religión, cualquiera sea el signo o el nombre que se le quiera dar, no consiste sino en eso. Solamente un “nosotros” puede establecer aquella relación, porque solo el nosotros resiste la tentación de autodestruirse o, dicho de modo más claro, el nosotros no se suicida. Si no quiere ese tipo de relación, si no la logra o, peor todavía, si se niega a hacerlo. Bueno, entonces poco es lo que queda por hacer o decir..."
          "Seguía con sus respuestas herméticas. Se lo iba a reprochar, cuando, como solía hacer casi siempre cuando hablaba conmigo, se me adelantó:
          "- Lo que queremos decir es que un ser humano únicamente es tal cuando sabe convivir, cuando se ve reflejado y realizado por medio de otro ser humano. Usted tuvo, en ese sentido, la mejor de las oportunidades y solo se le ocurrió malversarla.
          "Contesté que exponía prejuicios comunes y corrientes y respondió que "el hombre es el único animal con capacidad para tener prejuicios".
          “Pensó unos instantes y lanzó otra frase enigmática:
          - Las sirenas nunca cantan para Aquiles”.
          Antes que yo dijera nada de lo que pensaba en ese momento, él respondió al interrogante que pugnaba por salir de mis labios y lo hizo en forma irónica:
          - Son muy seductoras algunas frases que, a menudo, los hombres repiten, pero tienen el inconveniente de perder su seducción cuando se las explica”.
          “Al pedirle yo que igualmente me explicara su sentido, contestó que el silencio de esos híbridos respondía al hecho de que quien tiene una identidad sólida nunca responde a sus cantos, después de lo cual calló por completo”.
          “A cada paso, resurgía el fantasma de Andrés en nuestra conversación y pensé si el teólogo podría comportarse tan sabia y mesuradamente en la cama. Volvió a adivinar lo que pasaba por mi cabeza”.
          "- A quienes tenemos casi la edad del mundo, - dijo con tono de nuevo burlón - los deportes sexuales de la juventud (porque muchos de ustedes toman el sexo como un deporte o un pasatiempo) se tornan tan raros y casuales que no nos queda otro remedio que realizarlos en profundidad, compartiendo todo, absolutamente todo, hasta sus últimas consecuencias y no como cuestión de oportunidad, de pasatiempo o de prueba”.
          "Me sobresaltó esa respuesta y pregunté:
          "- ¿Que quiere decir usted con eso?”
          "- Dos cosas - contestó -. Primero, que las sensaciones físicas, eróticas, solo llegar a ser bellas cuando las sustenta el sentimiento amoroso y, segundo, que ahora no se está dando ninguna instancia que las sustente”.
          "Me molestó su desprecio y traté de volver sobre mis pasos”.
          "- ¿Cuál es, en realidad, su función entre nosotros y qué es lo que puede proponerme o puedo pedirle?”
          "- Nada. No puede pedirme ni proponerme nada. Nuestra tarea es la de un mediador entre los dos extremos de lo absoluto, tratando de explicarlos como corresponde a todo buen teólogo”.
          "- ¿Puede comunicarme con uno de esos extremos?”
          "- No con aquel que usted busca.”
          "- Y, entonces; ¿para qué ha venido usted a este mundo?”
          "- Podemos decirle sobre la existencia de ambos extremos, pero en su caso ya no son posibles los pactos”.
          "Me retiré del hotel más vacía de como estaba cuando llegué. Nunca me habían rechazado de esa manera".

          Margarita no había puesto la fecha de la entrevista y, además, la escribió en un papel separado de las agendas, a las cuales la había incorporado casuísticamente.

                                              *                       *                  *

          Su relación con el militar constituyó otra etapa de su autodestrucción.  Se subordinó por completo, pero solo por cierto tiempo, a un psicópata sádico, buscando un orden en su vida que ella misma había destruido y salió de tal relación peor de lo que había entrado. Recogió testimonios de hechos espantosos, a los cuales su morbosa curiosidad transformó en algo neutro, pero que pintaban el proceso de degradación personal que siempre se incorpora al espíritu de quien es capaz de torturar a un semejante indefenso o de aceptar que otro lo haga.
          El descubrimiento de su enfermedad, a la cual calificó como "diabólica", en un contexto donde semejante definición conllevaba una esperanza, no significó para ella cobrar consciencia del horror que la aguardaba, sino que solo la hizo creer que le quedaban pocos años de vida, pero que ese lapso de tiempo "podría vivirlo con una intensidad que la buena salud física no admite". Nunca averiguó el origen de su mal, porque es probable que lo asumiera como otro límite a dejar atrás, sin comprender que, para su existencia, ese era el último límite.
          Encontré también apuntes referidos a mi exilio y mi posible retorno. Estaban redactados en forma impersonal, como si los hechos que alguna vez fueran parte de su vida y de la mía le hubieran sucedido a otras personas.
            Solo cuando comprendió que su tiempo sobre la tierra se agotaba antes de lo esperado, intentó revisar cómo y porqué eso sucedía y, como ella misma lo apuntara, "ya era tarde".

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