martes, 9 de agosto de 2011

ERA OBVIO


             “No por conocidas son las cosas reconocidas”
                                G.W.F. Hegel

                - Qué quiere que le diga, amigo Mario, - me confesó Humberto - no esperaba que Francisco me hiciera eso. Son casi veinte años de tratarlo y nunca hubo ni la menor señal de...
                Calló y se quedó mirando, por encima de mi cabeza, la única pared lisa del bar donde me citara, como si hubiese descubierto en ella algo que no concordaba con su discurso. Se mantuvo así unos instantes, me miró y dijo:
                - ¿Por qué trato de convencerme de que fui sorprendido y engañado? Tuve todo frente a mis ojos desde un principio pero no quise verlo. Hasta usted mismo trató de decírmelo.
                Calló, limpió sus ojos, tomó aire y me contó una historia que yo, como muchos otros, ya sabía.

                *                             *                             *

                Humberto era una persona físicamente agradable, elegante aún cuando algo envarado, de rasgos regulares y ojos vivaces. Podría decirse que poseía un rostro atractivo que denotaba inteligencia y bonhomía.
Francisco era su antítesis. Bajo y obeso, de mirada esquiva y rasgos vagos que solo inspiraban una desconfianza tan indefinida como aquello que la provocaba. No obstante, eran o, más bien como se comprobaría después, parecían muy amigos.
                Entre quienes formábamos el grupo de personas con algunos intereses afines al cual ellos se habían integrado hacía ya algún tiempo, muchos pensábamos que eran una pareja desequilibrada, dentro de la cual Francisco actuaba a la sombra de Humberto, como una especie de protegido y en postura de eterno segundón. Incluso, lo habíamos aceptado en nuestro grupo solo por su relación con Humberto.
                Éramos varios los que aguardábamos (hubo algunos que hasta hicieron apuestas) el momento cuando Francisco traicionaría a su protector, ya que es por todos sabido que la traición nace en las sombras, crece en las sombras y es siempre obra de personajes secundarios y Francisco lo era.
No había, en cambio, coincidencias entre nosotros acerca de cómo sería esa traición ya que, mientras la mayor parte presumía que el dinero iba a ser el tema, también estaban quienes sostenían que sería una mujer, entre otras cosas, porque las mujeres integran invariablemente el cosmos de las pequeñas grandes traiciones; es decir, el mundo de los “fallos”, en opinión de los hombres.
Es asimismo curioso que, pese a que los hechos responden generalmente a más de una razón, nadie haya pensado en esas dos causas actuando en conjunto.
                 Yo estaba entre los que apostaban que sería por dinero, porque Humberto había incorporado a su amigo a la empresa que dirigía, dejándolo a cargo de la parte contable. Recuerdo haberlo advertido de los riesgos que eso implicaba, pero él rechazó mi aviso, con un argumento que, si no lo hubiese conocido bien, me habría resultado ofensivo:
- Cada cual juzga a los demás según lo que él sería capaz de hacer en una situación similar. Conozco a Francisco desde hace muchos años y nunca me ha dado motivo para esperar una trastada de su parte.
Cierto día, la para todos inevitable trastada llegó de la mano de Francisco, quien, no solo se quedó con casi todo el dinero de su protector, sino que también convenció a la mujer de éste de que debía abandonarlo para irse con él.
Lo primero me resultó algo por completo previsible. Lo segundo, no, porque pensaba que conocía a Laura lo suficiente como para estar convencido de que quería bien a su marido y, sobre todo, porque no me entraba en la cabeza que podía existir una mujer que optara por Francisco si lo comparaba con su esposo o aún con cualquier otro hombre de la tierra. Después me enteré que el tema Laura-Francisco era de vieja data.
                Humberto se enteró casi al mismo tiempo que yo y comenzó a recordar una serie de indicios que debieron hacerle entender lo que estaba sucediendo con su matrimonio pero que él simplemente pasó por alto por no tomarse el trabajo de analizarlos.
                Escuche con alguna pena y mucho asombro como exponía algunos detalles del asunto.
                - “Debí darme cuenta de todo el día cuando llegué a casa antes de tiempo y estaba allí Francisco hablando con Laura. Tenía el pelo todo mojado como si recién salido de la ducha. Se callaron cuando entré y se pusieron muy nerviosos. Después, él comenzó a hablar sin parar. Más de la mitad de sus palabras estuvo destinada a halagarme. Ahora creo que se estaba burlando de mí. Otra vez...”
                A medida que Humberto se desahogaba, también yo comencé a recordar algunos detalles que me hicieron pensar que lo sucedido era tan obvio que ni siquiera merecía un gesto de sorpresa de mi parte. No obstante, yo no podía o no quería salir de mi asombro. Lo que ahora veía como obvio me dolía más de lo que me hubiese podido afectar si hubiese sido inesperado porque me sentía sorprendido sin que tener derecho a la sorpresa. Las cosas “siempre estuvieron ahí” y eran una parte de mi propia existencia a la cual, sencillamente, no presté atención hasta el momento cuando estalló.
                Humberto seguía con su letanía.
- “Otra vez intentaron hacerme creer que fue por casualidad que los encontré juntos en el centro y otra vez ... Y otra vez cuando...”
Yo seguía sorprendiéndome.

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