martes, 9 de agosto de 2011

EXCESO DE BRILLO.


                El atardecer rosado y tibio de fines de marzo se reflejaba en la piscina de la casa quinta que Rodolfo Argüello poseía en el “country” de Tortugas.
                Argüello tenía la mirada fija en un punto del agua, sin ver el resplandor de un enorme sol rojo, deformado por las ondas que hacía el líquido. Absorto, trataba de encontrar las razones por las cuales el empresario japonés con quien se reuniera se demoraba tanto en aceptar la propuesta de fusión que le había presentado hacía ya más de dos semanas. Le preocupaba, sobre todo, que ni siquiera recibió una comunicación con objeciones o correcciones para con su planteo. Solo había silencio y él comprendía, como buen empresario que creía ser, que el silencio nunca es parte de una negociación.
                Repasó su comportamiento desde el momento cuando, tres meses antes, invitó a venir a la Argentina al doctor Mikío Kaavakita, directivo de la firma japonesa de la cual su empresa, productora en el mercado local de partes electrónicas para aparatos de televisión, era licenciataria. Lo había llamado para proponerle negociar la entrega de parte del paquete accionario a cambio de apoyo financiero y tecnológico.
                Trató de encontrar fallas en su comportamiento como negociador pero no las halló. Repasó minuciosamente las razones que lo llevaron a hacer la invitación y también los preparativos que hizo para recibir al japonés, no bien le llegara la respuesta aceptando el convite y tampoco descubrió errores.

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                Argüello sabía de los nuevos vientos que llegaban a la economía argentina, quería preparase para poder enfrentarlos con éxito y suponía que un trasplante del “modelo japonés de producción”, por entonces en boga, podría servirle para eso, pues no figuraban en sus proyectos realizar inversiones de riesgo.
                Había hecho preparar de urgencia una memoria descriptiva de su empresa, con los balances de los últimos cinco años, no solo rubricados por su contador, sino también debidamente aceptados por las autoridades fiscales del país. También hizo pintar la planta y uniformar al personal.
                Cuando el visitante por fin llegó, fue a buscarlo a Ezeiza con su Mercedes último modelo y lo llevó al Hotel Plaza, donde había reservado habitación.
                Como el invitado tenía una agenda restringida, ese mismo día fijaron fecha para visitar la planta industrial de don Rodolfo y almorzar después en el “country”.
                El doctor Kaavakita le había reservado todo un día completo de su tiempo, lo cual implicaba, a juicio de Argüello, que tenía interés en su propuesta. Volvió eufórico a su casa a comentar con su mujer los potenciales resultados de la gestión.

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                El empresario japonés, como es habitual entre sus colegas, miró mucho y habló poco. Recibió con una sonrisa el material estadístico que le entregaron y lo guardó en un portafolios un tanto gastado.
                Durante el almuerzo, se mostró sorprendido por la amplitud de la mansión de Argüello y contento con la calidad de la comida y los vinos.
                Se retiró pasadas las tres de la tarde, con el compromiso de analizar la información que le habían presentado y contestar la propuesta de su anfitrión “dentro de un tiempo prudencial”.
                Cuatro días después, retornó al Japón sin dar ninguna respuesta.

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                El día anterior a su partida de retorno a su país, Kaavakita se reunió con, Alberto del Pratto, un ex sindicalista que trabajaba como asesor de la Embajada de Japón en la Argentina en temas y contactos empresariales y le preguntó si era posible que una “empresita” de las dimensiones de la de Argüello estaba en condiciones de arrojar ganancias como las que figuraban en la memoria descriptiva que le entregaron.
                Del Pratto respondió que, en algunos casos muy aislados, eso sucedía.
                - Vea señor Alberto, el personal de la embajada me ha dicho que usted es una persona seria y responsable – contestó el japonés en un casi impecable español -. Por ese motivo me aconsejaron que lo consulte. Sin embargo, los datos que me presentaron me resultan algo difíciles de creer.
                - ¿Por qué ha llegado usted a esa conclusión? - preguntó el asesor.
                - Nosotros - respondió el empresario - tenemos en Corea una planta industrial que deber ser treinta veces más grande que la de este señor Argüello, que está mejor equipada, que tiene un personal más y mejor preparado y un mercado mucho más grande. También tenemos otra fábrica en Japón aún más desarrollada. Si unimos la facturación de ambas, no alcanzamos esa rentabilidad. Hasta le diría que yo personalmente no puedo soñar con tener un automóvil como el que tiene el señor Argüello y tampoco una casa como la que me llevó a conocer en un “country” y que dijo no es la única vivienda que él posee. Aquí hay algo raro.
                Alberto sonrió y comentó a su interlocutor que “la Argentina es, en muchos casos, un lugar donde viven empresarios ricos con empresas pobres”.
                - Pero no creo que pueda llegarse hasta ese extremo - lo interrumpió el japonés -. El panorama que este hombre me presenta es en exceso brillante como para que resulte algo creíble. Además, aún cuando fueran verdaderas las cifras, un negocio así manejado estalla tarde o temprano. Voy a presentar el proyecto al directorio de nuestra firma, pero estoy por completo convencido que no habrá ningún acuerdo.

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                Argüello recibió el rechazo a su propuesta varias semanas después y, si bien la respuesta le resultó muy poco grata, trató de olvidarse rápido de ella, para lo cual se puso de inmediato a calcular en cuanto podría cotizar su empresa para unos brasileños que, no hacía mucho, mostraron algún interés en comprarla.

 Del libro de cuentos "Vidas tangenciales" de Raúl Pannunzio

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