martes, 9 de agosto de 2011

TRABAJADOR TEMPORARIO



                Se llamaba Pedro y el azar (el cual, como es sabido, resulta capaz de todo, cuando algo acontece, y también capaz de nada, cuando lo esperado no sucede) tradujo su bautismo en hecho premonitorio, si ha de aceptarse como válido el sentido bíblico de aquel nombre.
                Cuatro años antes del momento cuando yo lo conocí, en la cola formada ante la puerta de una fábrica donde solicitaban dos operarios calificados “para todo tipo de tareas”, era un hombre con bastante pasado y algo de futuro.
                Estuvo, según me dijo, empleado como encargado de sección en una empresa mediana, fabricante de piezas plásticas para las más diversas aplicaciones; percibía un salario razonable para sus necesidades y tenía algunos proyectos de progreso, a través del ahorro y el estudio.
                La “modernización” que invadió el país, terminó, tanto con esos proyectos, cuanto con los de sus empleadores, pues éstos se empobrecieron junto con su personal, al tener que pagar indemnizaciones por despedidos y cancelar las deudas que contrajeron para tecnificarse. La moderna planta que lograron con esa tecnificación, pensada para competir en el mundo, tuvo que cerrar por quiebra.
                - Debo reconocer que mis antiguos patrones eran unos tipos derechos - comentaba mientras esperábamos el llamado de nuestros posibles nuevos jefes -. Me dijeron que uno de ellos tuvo un infarto que por poco lo mata y ninguno salió rico del problema, como usted habrá visto que pasaba cuando otras empresas quebraron. A mí, me pagaron hasta el último centavo y eso me permitió intentar algún negocio, pero...
                Se encogió de hombros, sonrió con tristeza y, sin que yo hiciera comentario o pregunta algunos, prosiguió:
                - Si hubiera guardado la plata o invertido en algunos bonos del Estado, como me aconsejaron en el banco, tal vez estaría ahora un poco mejor, pero uno es gente de trabajo y no puede estarse quieto, así que intenté poner un negocito y no me fue nada bien.
                El llamado de quien estaba a cargo de seleccionar personal interrumpió nuestra conversación.
                Juntos entramos en una oficina, donde había dos escritorios, ante cada uno de los cuales estaba sentada una persona con un cuestionario frente a sí que nos fue entregado para que lo respondiéramos. Nadie fue amable con nosotros, pero ya nos estábamos acostumbrando a esa clase de trato.
                Me miró con un signo de interrogación en su cara, mientras se sentaba y se aprestaba a responder. Hice otro tanto.
                Veinte minutos más tarde, salíamos de la oficina. Yo había terminado la encuesta antes que él y eso lo preocupaba.
                Traté de tranquilizarlo, diciéndole que era muy probable que nos tomaran a los dos, pero mi argumentación no pareció satisfacerlo y tenía razón, pues a mí me dieron empleo y a él no.
                Su cara estaba como tallada en piedra, pero no hizo comentario alguno sobre sí mismo, sino que me deseó suerte, mientras se marchaba triste y cabizbajo.
                Nunca supe y tampoco traté de averiguar cuáles fueron los criterios usados para resolver a quien de los dos daban empleo pero quise suponer que se trató de una decisión justa porque, mientras yo tenía un trabajo temporario pero trabajo al fin de cuentas, él seguía siendo un desocupado y el saber que alguien está peor que uno se ha transformado en un consuelo en tiempos como los que nos toca vivir.

Del libro de cuentos "Vidas tangenciales" de Raúl Pannunzio

No hay comentarios:

Publicar un comentario