martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. IV) - Novela


Cap. IV. 21 de mayo de l975.

          No he vuelto a ver a Margarita después de los festejos de su cumpleaños y no fue porque yo no quisiera o no intentara hacerlo. Simplemente, ella se negó a reunirse conmigo, a atender alguna de mis llamadas telefónicas o a visitarme en mi departamento. Estuve tratando de ubicarla casi a diario y conseguí solo pretextos como respuestas. Al principio, contestaba ella, argumentando malestares de tipo físico o de cualquiera otra naturaleza. Después, me atendieron su hermana o su madre solo para decirme que estaba durmiendo, que había salido sin decir hacia donde iba o que no se sentía bien. Mi último llamado fue atendido por Beatriz, quien, supongo que cansada de su forzado oficio de mensajera o decidida a decirme lo que realmente pensaba sobre la situación que se había creado entre su hermana y yo, insinuó que estaba dispuesta a reunirse conmigo para hablar de ella. Transformé su insinuación en una invitación de mi parte que ella aceptó de inmediato, estimo que por curiosidad, y fijamos un lugar y una hora de ese mismo día para encontrarnos. No conocía a Beatriz más que a través del teléfono. Supe después que tenía dos años menos que Margarita pero la actitud corporal que adoptaba, así como las ropas que elegía vestir, hacían que pareciera mayor. Se asemejaban, empero, mucho, en lo que a rasgos se refiere. Eran de similar estatura y sus siluetas podían hacer que, vistas de espaldas, hasta se las confundiera. No obstante y más allá de un parecido que era realmente grande, Margarita resultaba mucho más atractiva y creo que no solo para mí. La reconocí no bien traspasó la puerta del bar donde nos habíamos citado y me levanté para recibirla. No pareció darse cuenta de mi presencia. Sin embargo, pasados unos instantes, vino hacia mí, ensayando una sonrisa débil y tristona pero atrayente. Se sentó a un costado, no frente a mí, como si se estuviera preparando para un diálogo confidencial.
          - Te reconocí enseguida. - dijo a modo de introducción mientras seguía sonriendo - Sos tal como ella te describió. Siempre habla de tu pelo oscuro y un poco ondulado, de tus ojos claros, de tus rasgos muy regulares "de estatua renacentista", como gustaba repetir riendo y señalando que podrías haber posado para algún angelito algo adelgazado de Leonardo, y no recuerdo ahora cuantas cosas más por el estilo. Con semejantes antecedentes, te hubiera encontrado entre cualquier cantidad de personas, te habría visto aún cuando este lugar estuviera lleno de gente.
          Esperé que continuara hablando, quizá porque necesitaba, después de tanto rechazo, sentirme halagado por alguien, pero calló y me dirigió una mirada interrogante que hizo que comenzara, bastante atropelladamente, con mis preguntas.
          - ¿Qué es lo que le pasa a Margarita? Ya no contesta mis llamados, se hace negar, inventa malestares, salidas apresuradas y otras cosas por el estilo. Si lo que desea es cortar conmigo, por lo menos debería decírmelo.
          - Tranquilizate - contestó -. Creo que lo último que quiere ella en este mundo es terminar la relación entre ustedes, pero parece desorientada. Ha discutido con mis padres y conmigo por nimiedades. Se encierra en su cuarto y no sale siquiera a comer. Para alguien que todos suponemos tan inteligente, tiene actitudes que desalientan.
          - ¿Y como crees que me siento, qué es lo que debería hacer yo, entonces? Hace casi una semana que no me habla, que no responde cuando la llamo por teléfono. ¿Hay otra persona de por medio? - pregunté temiendo una respuesta afirmativa.
          - No, que yo sepa. Además, por como habla cuando te nombra, no creo que esa posibilidad siquiera exista, - respondió y trajo algo de paz a mi bastante decaído estado de ánimo.
          Beatriz mencionó la serie de, a su criterio, cosas raras que estaba haciendo Margarita durante la última semana, tales como abstenerse de tomar agua y comer durante cuatro días, solo "para saber qué es realmente sentir hambre y sed" o bañarse con agua muy fría o muy caliente, buscando límites para su sensibilidad.
          Quise saber cómo ella o sus padres se enteraron de ese modo de comportamiento y si no habían exigido que les diera razones para el mismo. Después de decirme que "ella, a veces, parece autista y solo responde ustedes no entienden", observó:
          - No parece extrañarte demasiado.
          - No - respondí -. No me asombra. Diría más bien que me preocupa. Margarita parece pasar por un período semi adolescente y casi infantil, donde necesita medir cuánto afectan o dejan de afectar sus sentidos algunas cosas. No es muy grave. Pienso que hay que tenerle algo de paciencia... Y tratemos que todo esto no se prolongue mucho.
          Mi todavía circunstancial interlocutora se mostró satisfecha con esa interpretación. No obstante, preguntó si yo no creía que su hermana era un poco grande para tener esa clase de actitudes, criterio que yo compartía, aún cuando, en ese momento, optara por no decirlo directamente.
          - Todos pasamos alguna vez, - dije a modo de justificación - por ese tipo de etapas. Si he de juzgar por las cosas que yo mismo hice hace unos años, te diría que todo esto se aproxima mucho a imitaciones con origen literario. Recuerdo bien un personaje de una novela de London que hacía lo que hace Margarita con el agua y a quien yo también quise imitar en cierta oportunidad. El resultado fue, además de poco agradable, anodino.
          Más tranquila, Beatriz comenzó a hablar de sí misma. Contó como se sentía relegada por su hermana en el interés de sus padres y el resto de sus  parientes y agregó que eso no le parecía justo, porque era ella quien llevaba el mayor peso para mantener el equilibrio familiar, pues sus padres, sobre todo su madre, se desentendían de todos los problemas. Dentro de estos matices, nuestra conversación se prolongó por más de dos horas, tanto porque ella no se mostraba muy dispuesta a terminarla, cuanto porque yo trataba de formarme una idea lo más completa posible del ámbito familiar de la vida de Margarita, algo que ignoraba por completo ya que ella nunca hablaba al respecto. En algún momento, debe haberse dado cuenta de eso y de que sus auto referencias no parecían interesarme demasiado, porque dejó de  hablar y dijo que tenía que marcharse. Ofrecí acompañarla y aceptó que lo hiciera, pero pidió que no llegáramos hasta la puerta de su casa, pues no deseaba que, aún cuando solo fuera por accidente, Margarita nos viera juntos.
          Sin imaginarlo, estaba frustrando mi intención de ver a mi casi pareja, aunque solo fuera a la distancia. Caminamos y unas tres cuadras antes de llegar a su casa, besó mi mejilla y se despidió ofreciéndose a volver a reunirse conmigo cuando yo quisiera o lo juzgara necesario. Al marcharse, se dio vuelta, pensó unos instantes y dijo:
          - ¿Puedo darte un consejo?
          No llegué a esbozar siquiera una respuesta, cuando agregó:
          - Creo que no deberías llamarla... Por lo menos, no deberías hacerlo en toda la semana. Ella espera que la llames. Se siente absolutamente segura de que lo harás. Tendrías que hacerle entender que no estás disponible cuando se le ocurra. Alguien debe poner límites a sus caprichos.
          - ¿Doy esa impresión? - pregunté supongo que con una sonrisa triste, por el gesto de compasión que vi en su cara.
          - Sí, - respondió cuando ya se marchaba.
          Retorné hacia mi casa por el mismo camino que había recorrido con la hermana de Margarita. Iba tan abstraído pensando en todo cuanto ella me dijo que dejé atrás la calle donde debía doblar. Una luz de alarma se había encendido en mi cabeza. Estimaba que debía buscar soluciones rápidas para un problema que sospechaba mucho más grave de lo que acepté ante Beatriz y que esas soluciones eran de naturaleza tal que su familia difícilmente podría aportarlas. A veces, cuando analizaba aquello que yo comprendía era nuestra extraña situación como pareja, pensaba que Margarita necesitaba de mucho amor y también de mucha piedad, pero estas dos cosas resultaban muy difíciles de amalgamar desde mi posición frente a ella.

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