martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XVI) - Novela


Cap. XVI. Mediados de Junio de 1976.

          Nuestro amigo Diego está desaparecido desde hace varios días. No concurrió a las últimas clases de Wissenglaube ni vino a nuestras reuniones de trabajo y estudio. Tampoco llamó a mi casa, ni a la de Carlos o a la de Margarita. Pasamos por la pensión donde paraba y allí nada sabían de él. Comenzamos a preocuparnos. Carlos propuso que nos comunicáramos con sus padres, quienes vivían en Salta, pero no teníamos la dirección o el teléfono de ellos. Creíamos que Roberto podía tener esos datos, pero como éste estaba fuera de Buenos Aires, porque había viajado a Chile y no volvería antes de una semana, nos encontramos en una situación para la cual no hallábamos una salida inmediata. Pedí a él y a Margarita que fuéramos a mi departamento para ver qué era lo que podíamos hacer para ubicar a nuestro amigo. Aceptaron y, no bien llegamos, preparé café y busqué algo para comer, haciendo exactamente lo mismo que cuando nos reuníamos para estudiar, sin todavía hacerme por completo cargo de las diferencias que la situación conllevaba.
          Margarita habló de denunciar a la policía la desaparición de nuestro compañero y Carlos, quien tenía más intimidad con Diego que nosotros dos, después de preguntarle si estaba loca, dijo que él se ocuparía de hablar con un abogado de un organismo defensor de los derechos humanos a quien conocía, para informarse acerca de cuál era el camino más razonable para seguir en estos casos.
          - No hagan nada por ahora. No bien sepa algo concreto, les avisaré - agregó y se dispuso a marcharse.
          Nunca había visto tan decidido a Carlos. Antes de que se retirara le pedí que nos dijera si sabía en qué andaba Diego, si participaba en algún tipo de movimiento político que explicara su desaparición, pero no contestó la pregunta, sino que nos aconsejó de nuevo que no hiciéramos nada y esperásemos que él nos llamara esa misma noche a mi departamento. Se alejó poco menos que corriendo. Pedí a Margarita se quedara en mi casa para esperar ese llamado.
          Estábamos en la cama, cuando, alrededor de medianoche, Carlos llamó. Seguía sin saber sobre Diego y el abogado a quien consultó lo había aconsejado esperar algunos días antes de realizar cualquier clase de gestión ante la policía u otra dependencia del gobierno. Le dijo, asimismo, que le llevara los datos de nuestro amigo para que él pudiera presentarlos ante un organismo internacional defensor de los derechos humanos y que, al mismo tiempo, tratara de ubicar a los padres de Diego, para que éstos presentaran un “habeas corpus” preventivo en su favor.
          - El abogado - agregó sin mencionar su nombre - piensa que, si nosotros hacemos la denuncia o presentamos un habeas corpus, nos expondremos a desaparecer también pero cree que los padres de Diego no corren tanto riesgo, aún cuando tampoco puede asegurar que no les va a pasar nada.
          Insistió en que no hiciéramos nada por nuestra cuenta y cerró su llamado diciendo que nos vería la noche siguiente, en el seminario de Wissenglaube. Margarita me pidió que le dijera qué era lo que él había averiguado. Le conté, muy sintéticamente, como estaba la situación. De inmediato, no hizo comentario alguno, pero más tarde, cuando ya estábamos de nuevo en la cama, preguntó si yo no creía que Diego únicamente se estaba tomando un poco de tiempo para "estar a solas consigo mismo". Me senté. La tomé por los hombros y la dije, de modo cortante:
          - Margarita, Diego es nuestro amigo.
          - ¿Y qué me querés decir con eso?
          Perplejo ante la pregunta, solo respondí:
          - No creo que eso, como llamas a la amistad, requiera de ninguna explicación especial.
          No contestó directamente mis palabras y tampoco pareció muy afectada por el tono que yo utilizaba. Solo agregó a cuanto había dicho, que "nunca podremos agotar por completo la intimidad de cualquier persona, sea o no amiga". Esa clase de comentarios se había vuelto, además de reiterativa, poco oportuna y volvió a molestarme al extremo que le recordé que no todas las personas excluyen al prójimo de sus decisiones, por íntimas o privadas que éstas fueran, sobre todo cuando podían afectar a ese prójimo profundamente.
          - Estamos volviendo - protestó - a nuestras discusiones de siempre y eso no me gusta.
          - A mi tampoco me gusta – contesté de modo cortante -, pero no estaba pensando en nosotros sino en la situación en la que se puede encontrar Diego, con todo lo que pasa en el país. También me preocupan los riesgos que corren Carlos y otros integrantes del grupo, al tratar de ubicarlo.
          Dijo "no me siento bien, voy al baño" y dejó la cama. Pude oír cuando cerraba la puerta con llave, lo cual era un gesto inútil, porque no pensaba seguirla. Acostado, con las manos cruzadas en la nuca, esperé que volviera, mientras buscaba palabras que sirvieran para distender la situación. No pude encontrarlas. Estuvo encerrada en el baño casi media hora. Cuando salió, tomó su ropa y comenzó a vestirse, mientras me decía que se iba a su casa.
          - Son las tres de la mañana. No creo que sea buen momento para caminar o viajar sola - le dije, en un intento por detenerla.
          Me reprochó que no hubiera pensado en acompañarla.
          - ¿No te das cuenta de que no puedo? - contesté con impaciencia - ¿Por qué no esperas hasta cuando sea una hora razonable y te acompaño?. Creo que ahora los dos deberíamos quedarnos para ver si entra otro llamado de Carlos. Nos dijo que lo haría no bien tuviera alguna novedad. ¿O no te interesa saber qué le puede haber pasado a Diego?
          No respondió ninguna de mis preguntas. Tampoco pude convencerla que aguardara. Tomó su cartera y se dispuso a marcharse. Tal vez, esperaba que insistiera en mi pedido o que la siguiera hasta la puerta del departamento, como sucediera otras veces ante situaciones similares, pero no hice ninguna de las dos cosas, sino que permanecí en el sitio donde estaba, sin hacer el menor gesto que pudiera interpretarse como un cambio en mi actitud.
          - Nos llamamos uno de estos días - dijo al salir a modo de saludo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario