martes, 9 de agosto de 2011

El exilio interior (Cap. XVIII) - Novela


Cap. XVIII. Agosto de 1976.

          Mis esperanzas de volver a ver a Diego con vida decaen a diario y no solo por la falta de resultados de nuestras gestiones, sino también porque empiezo a entender los supuestos sobre los cuales basan su conducta los militares que nos gobiernan, así como también la particular lógica que subyace a la moral de los sectores sociales que los apoyan. Hace dos días, me invitaron a cenar en casa de unos tíos de Margarita. La reunión tenía como motivo principal presentar al grupo familiar a Inés Urquiza, la futura esposa de Mariano García Mantos, también sobrino de los anfitriones. Inés provenía de una familia con un perfil político definido como de oposición tajante al gobierno de facto. Su padre, un católico militante, era abogado y presidía una entidad dedicada a la defensa de presos políticos. María, una hermana menor de Inés, había sido secuestrada por un comando de la Armada y figuraba en las listas de desaparecidos desde hacía meses. Tenía, en el momento cuando la secuestraron, apenas diecisiete años.
          En la mesa, presidida por la dueña de casa y no por su marido, sumábamos dos docenas de personas, entre las cuales solo Inés y yo no teníamos relación alguna de parentesco directo con el resto. La presencia de ella se explicaba en las razones de la convocatoria. La mía, supongo, era consecuencia de que se daba por descontado que sería el próximo en incorporarme al grupo de familia. Beatriz, quien también estaba allí, había ido sola y "nada más que para saludar a Mariano y conocer a su novia", como me explicaría después. Fue una reunión que se desarrolló dentro de un tono superficial y tranquilo, por lo menos mientras estuvieron presentes los novios. Buenos platos, parte de los cuales habían sido elaborados por las esposas de varios de los comensales y parte provenía de una afamada casa de comidas; muy buenos vinos, servidos en las copas correspondientes; panecillos realmente deliciosos, y postres que acompañaron bien al resto, así como también café o té de la mejor calidad. En otras palabras, todo cuanto era necesario en este terreno.
          La conversación de sobremesa fue lo suficientemente anodina como para no dar lugar a discusiones acerca de casi ningún tema. Se evitó cuidadosamente mencionar, tanto el drama que vivía la familia Urquiza, cuanto la política oficial en materia represiva. Cada uno de los presentes habló de sus estudios, de su trabajo y expuso algunos de sus proyectos para el futuro inmediato. Hacia medianoche, la pareja de agasajados se marchó, pues debía viajar hacia Inglaterra la mañana siguiente y necesitaba concluir la preparación del equipaje. Mariano e Inés recorrieron una improvisada fila de parientes, saludándolos uno por uno, antes de abandonar la casona.
          Debe existir alguna clase de acuerdo tácito en las reuniones que nos obliga a realizar todo tipo comentarios sobre quienes acaban de retirarse de ellas y se cumplió con ese acuerdo. El tema fue, obviamente, Inés, sus padres y su hermana desaparecida. Callé, no solamente porque nunca compartí ese acuerdo, sino también porque no tenía ninguna clase de relación directa con los presentes, incluyendo a la pareja que terminaba de ausentarse y, además, porque tenía referencias acerca de la postura de los anfitriones ante el gobierno militar. No obstante y quizás porque en todo esto mediaba la muerte, la mención de una persona desaparecida me recordó a Diego y traté de no atender los comentarios que se hacían, hasta el momento cuando Valeria, una adolescente rubia de alrededor de trece o catorce años, hija menor de la dueña de casa, dijo el ya lamentablemente clásico "por algo habrá sido", en referencia al secuestro y desaparición de María.
            "Los niños y los adolescentes - pensé al instante - acusan o justifican a sus padres cada vez que abren la boca en público".
            Tuve unos momentos de duda respecto de contestar o no ese comentario pues, en ese ambiente, era yo un perfecto desconocido y hasta casi un intruso, pero resolví hacerlo a riesgo de parecer alguien que se entromete en cuestiones estrictamente familiares, amén de un maleducado, cuando Margarita se adelantó:
          - Querida Valeria; - preguntó, remarcando la palabra algo - ¿Cómo crees puede ser el "algo" al que te estás refiriendo? ¿Será "algo" tan grave como para explicar el secuestro y, quizás, el asesinato de una chica que, a lo sumo, te lleva tres años? ¿O será "algo" tan valioso como para que una casi niña se juegue la vida por hacerlo? Es "algo" que me gustaría comprender; ¿Me lo podrías explicar?
          La chica enmudeció y comenzó a lloriquear. Miró a su padre buscando apoyo. Éste hizo un gesto de desagrado, pero no habló, como tampoco lo hicieron su madre o el resto de los presentes. Margarita, mirando al conjunto familiar, insistió:
          - Todo lo que pasa en este mundo siempre sucede por algo, pero algo es una calificación demasiado difusa para cualquier cuestión... ¿Hay alguien aquí que pueda definir ese "algo" tan terrible que ha sido la causa en este caso?
          - Por favor, sobrina. - rogó la madre de Valeria - Estamos en una reunión de familia. No hay porqué ponerse desagradable...
          - Mi querida tía - respondió mi pareja sin dejar su tono irónico - estás llamando reunión familiar a una vieja rutina que ustedes mantienen para analizar si aceptan o rechazan alguien que llega de afuera. Lo conozcan o no lo conozcan, actúan como si sus estrechos criterios fueran un tribunal inapelable. Ya ves qué ha pasado hoy. Apenas se fue de aquí la mujer de Mariano, se aprovechó la oportunidad para hablar de ella y de sus familiares, no diría que bien, precisamente. Juzgamos a su hermana, aunque ni siquiera hemos visto una sola vez en la vida y de quien no sabemos por qué la han secuestrado. Y, aún cuando todos sospechamos quienes lo pueden haber hecho, no los criticamos porque pensamos que "algo" debe justificar semejantes conductas ¿Alguien sabe qué estaba haciendo esa niña? A mí, me dijeron que visitaba villas de emergencia para ayudar a carenciados y eso, si realmente lo sentía necesario, no me parece "algo" reprobable, sino más bien profundamente cristiano. Un grupo de católicos convencidos, como su supone que somos nosotros, debería tratar de salvarla, si todavía es posible. ¿No lo creen ustedes?
          Aguardó unos instantes esperando respuestas y, como éstas no llegaron ya que los presentes se dividieron entre quienes se divertían y no hablaban esperando alguna reacción del resto, y quienes se escandalizaban con la situación pero esperaban ver qué hacían los dueños de casa, prosiguió:
          - Debe ser la décima vez que asisto a lo mismo. Me cansé y tengo que decirlo, porque esa chica vale más que todos quienes estamos aquí jugando a valorarla o desvalorizarla. No me refiero a Inés, sino a su hermana. Ella hizo aquello que pensaba debía hacer y fue valiente.
          El tío la interrumpió, diciéndola que "no toleraría apologías de la subversión en su presencia" y ella contestó que él no sabía si María había sido o no una subversiva y que, además, no estaba en "condiciones de tolerar o rechazar nada por presencia o por ausencia", en una velada alusión no se a qué, pero capaz de provocar sonrisas en algunos de sus primos y sonrojos en su tía. Fue entonces cuando le señalaron la puerta. Tomé a Margarita de la mano y miré hacia el lugar donde, en total silencio, se acurrucó Beatriz, para ver si quería o no venir con nosotros. La hermana de Margarita se levantó, dispuesta a seguirnos. Su tía trató de detenerla, diciéndole que, con ella, "no tenían ningún problema". Conmigo, debo suponer que debían tenerlo porque nadie intentó absolutamente nada. Beatriz era tímida, mas no carente de carácter. Miró a la anfitriona y, después de afirmar que estaba de acuerdo por completo con lo dicho por su hermana, vino hacia mí, tomó mi brazo y los tres salimos tratando de mantener una actitud digna y calmada.
          En la calle, Margarita, riendo, comentó lo malo que había sido mi debut "en el teleteatro de la tía Merceditas" y, con tono de broma, se disculpó conmigo y su hermana.
          - Mañana, la tía llamará a mamá - intentó protestar Beatriz - y le provocará un disgusto.
          - Mamá la conoce bastante y sabe bien que nada de lo que diga Merceditas vale la pena ser escuchado. Si se preocupa por algo así, peor para ella - respondió Margarita.
          - Lo podrías haber evitado - insistió la hermana.
          - No Beatriz.- intervine - Margarita solo se me anticipó y dijo lo que yo pensaba en ese momento. Estaba recordando lo sucedido con Diego y no hubiera podido callarme ante los comentarios que hizo esa chica.
          - Es apenas una adolescente. Solo dice lo que oye en su casa, - respondió.
          - Una razón más para no tolerarlo - dije convencido.
          Margarita, después de aclarar que ella dijo todo cuanto dijo, no por tanto el recuerdo de Diego, sino más bien porque la parodia de reunión familiar cordial y amable la tenía harta, insinuó a Beatriz que tomara un taxi y fuera a su casa, pues ella dormiría en mi departamento.
          - Una vez que Andrés y yo estamos de acuerdo en algo, tenemos que festejarlo - señaló a modo de despedida compulsiva para su hermana.
          Ofrecí a Beatriz llevarla hasta su casa en un taxi, pero Margarita insistió en que ella era los "suficientemente grande como para viajar sola".

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