martes, 9 de agosto de 2011

ESSE EST PERCIPI

(LAS MEDIDAS FÍSICAS DE LA JUVENTUD)

                - Señora - dijo la secretaria privada, después informarla de las novedades del día y entregarle una serie de documentos para firmar - también llamaron de la editorial Pacífico para una entrevista. Dijeron que ya la habían concertado con usted. De todos modos, les contesté que la consultaría para fijar día y hora.
                - Confírmela para mañana a las tres y media de la tarde, Graciela. Creo que a esa hora no tenemos ninguna reunión importante - respondió y se retiró hacia su privado.
                El pedido provenía de un semanario que ella no se atrevía a definir como trascendente o serio, sobre todo por su historia de los últimos años cuando, primero, apoyara abierta e incondicionalmente la gestión de José Lopez Rega y su “Triple A” y, después, hiciera lo mismo con el Proceso de Reorganización Nacional. No dudaba, en cambio, que se trataba de un medio importante, dada su gran repercusión, tanto entre el público en general, cuanto y principalmente en el ambiente donde se realizan los grandes negocios.
                El motivo aducido para el reportaje era su reciente cumpleaños. Habían tenido la delicadeza de no preguntar cuántos eran los inviernos que viera pasar, pero estaba segura que, aún cuando lo quisieran, difícilmente llegarían a calcular su edad con alguna aproximación.
Nunca podrían deducirla de su aspecto, ya que el mismo absolutamente nada tenía que ver con su reciente septuagésimo sexto aniversario, sobre todo después del tratamiento rejuvenecedor, con cirugía plástica general incluida, que le hicieron en Suiza, tratamiento que había dejado su cuerpo con las mismas medidas que tenía cuando se casó, hacía ya casi medio siglo, según había comprobado su modisto.
                Además, ella se veía siempre igual en el amplio espejo de su dormitorio y sus amigos más íntimos siempre confirmaban tal visión.

                *                             *                             *

                Alrededor de las dos de la tarde del día siguiente, llamó a su peluquera personal y confidente para consultarla acerca del peinado y las ropas que podría lucir en la ocasión. Faltaban más de dos horas hasta el momento de la reunión y decidió ocuparlas en maquillarse y elaborar algunas respuestas para las preguntas que ya había acordado le harían.
                Meditó acerca de cuál sería el lugar ideal de la casa para realizar la entrevista y miró hacia el amplio vestíbulo, donde estaban los dos cuadros de Turner que comprara en Estados Unidos, pero decidió que respondería las preguntas en su escritorio, dejando el vestíbulo para que la fotografiaran cerca de las pinturas.
                Mientras la peluquera teñía sus canas, volvió a contemplar las pinturas de Turner. No le gustaron tanto como en la oportunidad cuando aquel “merchant” americano, con cifras precisas acerca de la futura evolución de su cotización, la convenciera de invertir alrededor de nueve millones de dólares en su compra. A decir verdad, sentía mayor placer con dos pequeños Utrillo que adquiriera en París hacía ya varios años, pero no lo confesaba públicamente, tanto porque tenían un precio mucho menor en el mercado de obras de arte, cuanto porque ese pintor estaba algo desvalorizado entre los críticos más renombrados del mundo. De todos modos, no eran pocas las veces que sospechaba que, a sus amistades, sobre todo aquellas autodeclaras muy entendidas en la materia, les pasaba lo mismo que a ella.
                Terminado el teñido y superado el secador de pelo, convino un peinado “tradicional" con su servidora-confidente, quien también opinó, y fue escuchada, acerca del vestido y los zapatos a usar en la ocasión. No discutieron detalles. Nunca lo hacían y no era porque ella impusiera sus criterios a este respecto, sino más bien por lo contrario.
                Faltaba casi una hora para la llegada de los periodistas y fotógrafos y ya estaba lista.
                La obligada espera no la puso nerviosa, porque, en última instancia, se trataba de una pausa autoimpuesta, ya que fue ella quien determinó el momento para la entrevista.
                Berkeleyana devota, aún cuando tal vez no supiera ni remotamente quien era el obispo y filósofo sajón de fines del siglo XVII, aplicaba a rajatablas el principio esse est percipi (“ser es ser percibido”) en la moderna e irónica pero muy exacta traducción borgeana (“ser es ser fotografiado”), con un agregado de su cosecha (“ser es ser entrevistada, notada y notoria”), razón por la cual dedicó el excedente de tiempo a dar los últimos retoques a su imagen, ante un enorme espejo estilo Reina Ana, con sus angelitos tallados en caoba.
                Cinco minutos antes del momento fijado para el reportaje, hizo un último repaso a su figura y no pudo más que sentirse satisfecha con lo que un espejo quizás mucho menos sincero que el del cuento infantil le respondía.

                *                             *                             *

                Primero llegaron dos fotógrafos de la revista y, algo después, entró una mujer a quien conocía por haberla visto y conversado con ella en varias reuniones empresariales, acompañada por un hombre joven trigueño, alto y buen mozo, quien le agradó inmediatamente.
                - Este Amílcar cree que conoce bien mis debilidades - murmuró sonriendo para sí misma, pensando en el dueño de la publicación y se dispuso a contestar preguntas que ya había analizado y que versaron, en síntesis, sobre su trayectoria como presidente de un grupo importante de empresas y respecto de sus relaciones con el poder político.
                No faltaron las alusiones a cuestiones más personales e íntimas, como un promovido romance de una de sus hijas con un financista del exterior y su reciente viaje a Suiza para internarse en una reconocida y discreta clínica de un país también discreto.
La reunión transcurrió dentro de un clima inevitablemente amable. La sesión de fotos se realizó en el vestíbulo de la casa y los reportajes, en su escritorio, tal como estaba previsto. El ambiente, dentro del cual ella y la reportera se repartieron cumplidos, se mantuvo inalterable, salvo en dos oportunidades. La primera, cuando el periodista, tras recordarle que había declarado en un programa de televisión que decuplicó la facturación de sus empresas después de la muerte de su esposo, le preguntó cuantos empleados más tenía en la actualidad el grupo empresario, “dados los problemas de desocupación que hay en el país”. La segunda, cuando la reportera, quizás tratando de aventajar a su compañero en lo que se refería a confianza personal con la entrevistada, deslizó una cifra superior a los doscientos cincuenta mil dólares para referirse al costo de una operación de cirugía plástica general a la cual se había sometido, durante su reciente internación europea.
                Eludió toda respuesta para el interrogante del hombre y, después de pensarlo, decidió confirmar los dichos de la reportera pues, al fin de cuentas, se trataba de dinero propio y bien habido.
                Se paró ante la mujer, apretó el vestido sobre su cintura mirando el efecto que producía en el hombre (de quien ella sospechaba, sin un motivo determinado, que estaba calculando cuantos niños podían comer y educarse con ese dinero, cuando en realidad él pensaba en un amplio departamento y un automóvil) y repitió su frase preferida de la última semana:
                “Tengo las mismas medidas que tenía cuando me casé”.
                La periodista sonrió de manera indefinida, mientras buscaba y encontraba alguna frase de ocasión para halagarla. Su colega, en cambio, mantuvo un completo silencio.
                Cuando ambos ya se retiraban, les recordó el “compromiso de Amílcar de remitirle el borrador de la nota y un juego completo de las fotos tomadas, para decidir cuáles publicar”.

                *                             *                             *

                El semanario dedicó la tapa y seis páginas interiores a su persona.
                Ninguno de los aspectos levemente incómodos de la entrevista apareció reflejado en esas páginas. Una foto suya, tomándose de la cintura para marcar el cuerpo, bajo uno de los Turner, cubría toda la primera plana.
                La nota, con las redundancias idiomáticas habituales en la prensa, estaba titulada:
                Tengo las mismas medidas que tenía cuando me casé



Del libro de cuentos "Vidas tangenciales" de Raúl Pannunzio

No hay comentarios:

Publicar un comentario